Algunas respuestas las encontrarán en los textos que se proponen a continuación.
En el siguiente Link, encuentran un libro como referencia para el taller y para la clase:
http://books.google.com.co/books?id=RmpnINEf-icC&pg=PA298&dq=epistemolog%C3%ADa,+guillen&hl=es&sa=X&ei=vlnqUu6OFtCdkQfC1oCYCQ&ved=0CDIQ6AEwAQ#v=onepage&q=epistemolog%C3%ADa%2C%20guillen&f=false
1. Investigar sobre los siguientes términos:
· *
Epistemología
· *
Ontología
* Subjetivo
· *
Objetivo
· *
Inductivo
·
* Hermenéutica
·
* Axioma
·
* Paradigma
· *
Empirismo
· *
Idealismo
· *
Racionalismo
· *
Dialéctica
· * Conocimiento
· *
Saber
·
* Aprehensión
·
* Verdad
* *
* Dogmatismo
* Escepticismo
*
* *
* Dogmatismo
* Escepticismo
*
·
2. Qué relación existe entre:
* Psicología y epistemología; epistemología y teoría del conocimiento
* * Filosofía de las ciencias y epistemología
3. ¿Qué relación relación y diferencias existe entre subjetivismo y relativismo?
3. ¿Qué relación relación y diferencias existe entre subjetivismo y relativismo?
·
· 3. ¿Cómo se dividen las ciencias y cuáles son sus características
fundamentales?
4. ¿Cuáñes son las características fundamentales del conocimiento
científico?
·
5. ¿Cuáñes son los principales métodos de la ciencia? clasificar y explicarlos
·
6. ¿Qué es ciencia y cuáles son sus característica fundametales?
El sustantivo griego episteme se deriva del verbo ep-istastai (saber; literalmente: estar cerca) y significa ciencia, entendimiento y, sobre todo, conocimiento científico. En este sentido lo emplea ya Aristóteles (v.) en la famosa jerarquía ascendente de los saberes, al comienzo de la Metafísica: «Es obvio que el saber por causas y principios es ciencia» («hoti men oun he sofia peri tinas aitias kai arcas estin episteme, delon»; 982a3). Mientras que la denominación parecida y muchas veces sinónima, gnoseología, se encuentra ya en la Metafísica (1739) de Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-62), definida como «scientia cogitationis», ciencia del pensamiento, el término técnico «epistemología» entra relativamente tarde en el vocabulario filosófico, a saber, con el empirismo inglés del s. XIX (p. ej., 1. F. Ferrier, 1808-64).
El uso de la palabra Epistemology se ha extendido en todo el mundo anglosajón, para designar la Teoría del conocimiento (Theory of Knowledge) en general. Pero, como el pensamiento inglés y norteamericano suele orientarse más hacia las ciencias particulares que a la ciencia universal, la metafísica (v.), y como la Gnoseología (v.) entre los mejores autores españoles, portugueses, franceses, italianos e iberoamericanos se entiende más bien como Metafísica del conocimiento (v.). (el sentido de metafísica en Nicolai Hartmann, v., es otro), para mayor claridad seguiremos la distinción entre gnoseología y e., estudiando aquí sólo lo referente a una investigación o teoría del conocimiento científico, remitiendo para todos los demás aspectos a los voces VERDAD; CONOCIMIENTO; GNOSEOLOGÍA.
No es menester repetir aquí los datos principales de la historia de la e., porque sobre este tema existen buenos y amplios artículos lexicográficos, redactados en los últimos años. En el rigor del pensamiento científico, apenas se notan las oposiciones ideológicas que han aparecido tantas veces en la historia de las opiniones humanas; p. ej., dogmatismo-escepticismo (agnosticismo), racionalismo-empirismo (pragmatismo), apriorismo (criticismo)-sensualismo (todas estas voces tienen artículo propio en esta Enciclopedia). La única oposición que se mantiene a veces en el mundo de las ciencias es el binomio realismo (v.)idealismo (v.), el último sobre todo en las formas que le ha dado la segunda mitad del s. XIX como fenomenismo (v.) y positivismo (v.). Lo discutiremos en dos pasos consecutivos: 1) Teoría científica del conocimiento. 2) Teoría del conocimiento científico, para resumir después la situación actual.
1. Teoría científica del conocimiento. La concepción moderna de la relación entre sujeto y objeto del conocimiento empieza con Galileo (v.) que argumenta en Il Saggiatore (1623) que luz y colores (blanco o rojo), sonidos, sabores y olores no son más que nombres (se nota la influencia del nominalismo, v., medieval) que no existirían sin un sujeto que siente, como tampoco cosquillas o dolores tienen una existencia objetiva en las cosas fuera de nosotros. La teoría de la distinción entre las cualidades (v.) subjetivas y objetivas, secundarias y primarias (terminología de Robert Boyle, 1627-91), fue desarrollada por Descartes (v.) en su Traité de la Lumière y al fin de sus Principia philosophiae, y por Locke (v.) en su Essay concerning Human Understanding (lib. II, cap. 8). La dicotomía entre dos mundos, uno objetivo y otro subjetivo, fue la creencia general de los científicos, en los últimos siglos, aunque ya Leibniz (v.) vio con claridad, anticipando la situación del problema en el s.XX: «En cuanto atañe a los cuerpos, puedo demostrar que no sólo luz, calor, color, etc., sino también movimiento, figura y extensión no son más que cualidades de apariencia» (Obras filosóficas, ed. Gerhardt, V11,322). En la misma dirección apunta la crítica de Berkeley (v.), Hume (v.) y Kant (v.; v. t. FÍSICA NUEVA, 9).
El s. XIX añade conocimientos importantes para aclarar la situación; así, la termodinámica (v.) estadística que comprueba definitivamente la subjetividad de las sensaciones de calor y de frío, y las investigaciones de Hermann von Helmholtz (v.) sobre la óptica fisiológica y la psicología de los sentidos, y de Carl Stumpf (1848-1936) sobre el origen psicológico de la representación del espacio (1873). El argumento principal de Stumpf, que acepta también Husserl (v.) y la psicología y filosofía fenomenológica (v.), hace constar que es imposible figurarse un cuerpo, por pequeño que sea, sin un color concomitante; y por tanto, la subjetividad de las impresiones de luz y colores se traslada también a la corporeidad espacial en cuanto tal. Si uno se imagina un átomo, hay que representárselo por lo menos grisáceo; y sin duda alguna, gris es también un color como blanco, negro o amarillo (o al menos una luminosidad). La conclusión es fácil: si no es posible llegar al realismo ingenuo que cree en la realidad objetiva de todas las cualidades sensoriales, tampoco vale la separación abrupta que ha efectuado la física clásica entre cualidades objetivas y subjetivas.
Para caracterizar la e. del s. XX, es interesante observar una creciente inclinación de los mejores investigadores hacia los problemas de la percepción (v.) y la apercepción (v.) En la terminología del fundador de la e. científica en España, Ángel Amor Ruibal (1869-1930; v.), es la «función cognoscitiva de adquisición», que Amor Ruibal hace preceder a las funciones de elaboración y de deducción. Reflexiones parecidas han impulsado las obras de Maurice Merleau-Ponty (v.) y de Cornelio Fabro sobre la fenomenología de la percepción. El sentido filosófico de tales esfuerzos en la e. contemporánea es claro: es el entendimiento de la primacía de la verdad (v.) ontológica ante la psicológica, lingüística y lógica. Con precedencias de la teoría de los objetivos (Alexius Meinong, 1853-1920) y de todo el movimiento fenomenológico, el interés de la e. ya no se dirige tanto hacia la adecuación de un conjunto estructural (gramatical) de palabras con un sentido noético (un juicio) -sencillamente, si me expreso bien y el otro me entiende cuando digo: «El cielo es azul» o «La humildad es una virtud»-, sino que se trata de la pregunta mucho más profunda de si realmente, ontológicamente, es verdad mi percepción de un cielo azul o mi intuición del valor ético de la humildad.
El problema de la e. en el s. XX ya no se agota en discusiones acerca del lenguaje sobre algo, al hilo de la gramática indo-europea, sino que se abre a la realidad concreta, y ésta es la esencia percibida e intuida. En la primera mitad de este siglo, el inmenso problema de la génesis de las percepciones, que debe estar a la base de una e. científica, se ha resuelto en sus principios, en una colaboración fecunda entre muchas ramas de la investigación, especialmente la física atómica (de los electrones corticales excitados a niveles cuánticos superiores, como fuentes de radiaciones electromagnéticas), la teoría cuántica del campo electromagnético (ya un fotón, partícula sin masa de reposo, absorbido en la retina del ojo, puede iniciar un mensaje electro-químico en el nervio visual, que lleva a una impresión luminosa), la fisiología, citología, neurología, encefalología y, últimamente, la psicología general.
Los últimos 20 años han añadido los grandes progresos de la física de partículas elementales, de la electrodinámica cuántica, de la electrónica y cibernética y, sobre todo, de la microbiología y bioquímica. La convergencia de éstas y otras investigaciones culmina en un resultado: en la realidad física, esto es, el mundo exterior y en la realidad fisiológica, es decir, el cuerpo que tenemos, no se encuentra ninguna de las cualidades sensoriales que percibimos, sino tan sólo correspondencias estructurales, si prescindimos de lo esencial que es precisamente nuestra percepción. El resumen más completo de los argumentos psicológicos y filosóficos -p. ej., el principio de la forma (Gestalt), la proto-fantasía, la energía específica de los sentidos- se halla en la obra de Philipp Lersch, La estructura de la personalidad (Barcelona 1964, 311-384).
Desde luego, no es lícito decir que la luz sea, en realidad, oscilaciones ondulatorias transversales en un campo electromagnético, o que una melodía o una recitación consista objetivamente en ondas longitudinales en el aire. Lo único que puede afirmarse es que en el mundo de las ciencias se coordinan a la luz visible ondas electromagnéticas entre 0,000036 cm. y 0,000078 cm. de longitud que corresponden a los extremos de violeta y de rojo en el arco iris (todas las longitudes de ondas en los campos electromagnéticos van desde varios kilómetros hasta 10-13 cm.). Pero la luz y los colores no son, en realidad y en verdad, superposiciones de ondas electromagnéticas. El antropocosmos de nuestras percepciones cualitativas y el logocosmos de las estructuras energéticas que han descubierto las ciencias son dos realidades no. comparables, sino tan sólo coordinables y complementarias. Si el primer mundo no es objetivable como un conjunto de «cosas existentes en sí», sino tan sólo como una realidad en relación a una persona que percibe, el segundo mundo de las ciencias tampoco es objetivable si no se guarda la relación necesaria a nuestro pensamiento. Las pruebas contundentes son, por una parte, las distinciones en los objetos (a la separación fenoménica entre los muros de una casa y el aire circundante corresponde, en el mundo molecular, una mezcla complicadísima) y, por otra parte, la indistinción cualitativa en los mensajes neurológicos, porque las estructuras y funciones fisiológicas y bioquímicas en todos los nervios y centros cerebrales son iguales, trátese de mensajeros de dolor, de presión, de luz, de frío o de melodías.
En el término del análisis científico, en los ganglios y neurones de la corteza cerebral, a la impresión «cielo azul» le corresponde, desde luego en una simplificación representativa de alteraciones electrónicas inmensamente más complicadas y rapidísimas, una configuración momentánea de tres electrones en la forma .. y a la impresión «frío terrible» le corresponde un mensaje de la forma :.. Es evidente que ninguna coordinación física o fisiológica puede contener el objeto o el sentido de nuestra percepción o intuición: si vemos a un cal Yallo, en nuestros nervios sensoriales y centros corticales no saltan pequeños caballitos, sino tan sólo mensajes electrónicos, transformaciones de energías estructuradas. La pregunta decisiva de la e. contemporánea es, por fin: ¿Quién traduce los mensajes estructurales, que se transmiten en rapidísimas oscilaciones y frecuencias, en la impresión de un mundo real vivido y percibido? En todo mi cuerpo no encuentro nada parecido. Por tanto, la filosofía ha introducido una causa suficiente de nuestra vida interior de la conciencia y de nuestra percepción de un mundo exterior, que desde la Antigüedad tiene el nombre psyje, anima, alma. La Edad Moderna prefiere decir directamente: ego, yo soy (v. ALMA; ESPÍRITU I).
Ahora bien, para entender el misterio de la percepción, que sin duda forma la base de nuestro conocimiento, hay principalmente dos posibilidades. La primera puede llamarse inmanentista, porque supone que el alma permanece dentro de los límites del cuerpo y prueba todas las informaciones electroquímicas que le llevan las neuronas y los ganglios cerebrales, para traducir su lenguaje cifrado en la impresión de un mundo con un sinnúmero de distintas formas y cualidades, que en el mismo acto proyecta hacia fuera, a su sitio correspondiente en la realidad exterior. La coincidencia de esta proyección desde la interioridad del alma con el mundo real que percibimos puede caracterizarse con la discutida expresión de Leibniz: armonía preestablecida. La segunda solución del enigma del conocimiento, que puede llamarse trascendental, fue preparada ya por la gnoseología neoplatónica y elaborada en nuestro siglo, sobre todo, por el biólogo y filósofo Hans Driesch (1867-1941) y el físico Pascual Jordan (1901-), uno de los fundadores de la mecánica cuántica. En esta teoría, los procesos fisiológicos son tan sólo causas accidentales y ocasionales, como los objetos psicométricos en la parapsicología, que conmueven al alma para captar directamente el mundo real.
2. Teoría del conocimiento científico. Desde Wilhelm Dilthey (v.) se distingue entre ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza, con la motivación plausible de que es el espíritu la realidad inmediata que entendemos, mientras que la naturaleza, la tenemos que explicar. Una cortadura vertical a esta distinción es la otra que discierne entre las ciencias descriptivas (mostrativas, fenoménicas) y las ciencias explicativas (demostrativas, esenciales). Desde luego, se trata de aproximaciones, porque nunca se dan los «casos puros», ya que las distinciones se entrecruzan: La física, la biología, la psicología, la sociología son ciencias explicativas que contienen también muchos datos descriptivos; y, por otra parte, la Geología como modelo de una ciencia descriptiva abarca también muchos factores explicativos de las estratificaciones a través de su génesis. Naturalmente, una e. en el sentido de teoría del conocimiento científico debe moverse en un plan muy general. Como son distintos los objetos (v.) materiales y formales de las ciencias, difieren también los métodos (v.) científicos, p. ej., la lingüística comparada tiene otro método que la bioquímica, porque es el objeto que determina el método, y no al revés (cfr. R. Saumells, La ciencia y el ideal metódico, Madrid 1958; V. CIENCIA VII).
Sin embargo, hay dos métodos legítimos y comunes no sólo a todas las ciencias particulares, sino también a la ciencia filosófica y al conocer cotidiano del common sense, del «sentido común». El primero es el método lenomenológico que consiste en la revelación de las esencias percibidas, intuidas o ideadas a través de una indicación (lingüística o deíctica) adecuada; el segundo es el método trascendental que concluye y deduce, a partir de la existencia experimentada de algún fenómeno que no puede explicarse en cuanto tal, la existencia de causas invisibles que explican y hacen entender lo experimentado.
Así, la física explica el hecho de la caída y el peso de los cuerpos con la introducción de los campos estructurados de gravitación; el hecho de la percepción visual, de la radiotransmisión, de los rayos X y muchas otras experiencias se explican con el presupuesto del campo electromagnético; y la existencia y consistencia de los cuerpos mismos se explica con las leyes estructurales del campo material (de las partículas «fermiones»). Todos estos campos energéticos son entidades invisibles y no palpables, pero reales como causas necesarias de los fenómenos. Asimismo, en la intuición filosófica, el alma es causa invisible, impalpable e inexperimentable de todas nuestras vivencias y experiencias; no es objeto, sino el sujeto último de todas nuestras percepciones y apercepciones interiores y exteriores. Así se revela la vinculación íntima entre experiencia fenomenológica e idea trascendental que ha fundado la ciencia moderna, que es ciencia experimental y teórica, a la vez, y nunca pura empiría como en el programa de Francis Bacon (v.). Porque el experimento es una empiría dirigida por la razón. El pasaje clásico de la formulación de esta verdad es el famoso apartado en el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la Razón pura de Kant (v.), que empieza así. «Cuando Galilei hizo rodar sus bolas hacia abajo en una planicie inclinada, con pesos elegidos por él mismo...» (B XIII, fin) (V. TEORÍA CIENTÍFICA; EXPERIMENTACIÓN CIENTÍFICA).
Sería éste un lugar oportuno para decir algo acerca del nacimiento de las ideas científicas (cfr. FÍSICA NUEVA..., 8). Es siempre una mezcla extraña, mejor dicho, una síntesis fructífera entre experiencias anteriores, formación intelectual, sobre todo matemática, y una iluminación paulatina o repentina, pero siempre fulminante. Las memorias de los grandes descubridores son el mejor manual de una e. científica. Así, p. ej., A. F. Kékulé (1829-96), estudiante de arquitectura antes de ser convertido a la química por su maestro Liebig, meditando intensamente sobre la constitución del hidrocarburo benceno, C6H6, ve una noche en sueños a una serpiente que se muerde la cola y forma así un anillo circular; y descubre aquí la estructura arquitectónica del anillo bencénico. O el premio Nobel francés Louis de Broglie, siempre ocupado en sus investigaciones sobre la doble naturaleza de la luz (en general, del campo electromagnético), a saber, las realizaciones como ondas de propagación y partículas de actualización, que intenta trasladar esta idea fundamental de la complementariedad analógica también al campo de las partículas elementales de la llamada «materia» (sobre todo, electrones y protones), y crea así la mecánica ondulatoria, base de la física atómica y nuclear de hoy, a partir de los principios de analogía y simetría. Podría llenarse un libro muy amplio con los ejemplos de la ideación en el reino de la e. científica.
El denominador común, abarcando tanto las ciencias del espíritu como las ciencias de la naturaleza, es la investigación de las leyes de determinación. En la realidad exterior, que en la tradición helénica lleva el nombre de «naturaleza» (natura, jysis), las leyes son las estructuras comunes y, en escala cósmica, universales a los tres tipos de campos físicos que conocemos, a saber, los campos materiales, gravitatorios y electromagnéticos. En la realidad interior de la persona humana y en sus formas de convivir existen también ciertas leyes de determinación estructural que son el tema de ciencias como, p. ej., la psicología y la sociología y que no impiden la superdeterminación por un acto libre de auto-iniciativa personal. La palabra estructura (v.) es la que acaso más caracteriza la concepción científica del s. XX. Al hacer constar esto, ya hemos entrado en un resumen de la situación actual de la e. «Estructura» puede definirse como un sistema ordenado de relaciones. Encontrarse con el orden central del mundo (la palabra griega cosmos significa orden, mundo y hermosura, a la vez) ha sido el deseo y el mayor estímulo de la investigación científica, desde la Antigüedad a través de la época clásica hasta el último libro de Werner Heisenberg, Der Teil und das Ganze (La parte y el todo), Munich 1969. La ciencia general del descubrimiento de todas las estructuras posibles es la matemática; así, por lo menos, en el auto-entendimiento de su más moderna y amplia fundamentación en la obra Éléments de Mathématique del círculo Bourbaki (v.).
La afinidad entre estructuras posibles y reales explica la aptitud de la matemática para ser aplicada a la realidad: una parte de las estructuras posibles son realizadas como formas de determinación por leyes naturales. La afinidad, el acercamiento, la aproximación es un rasgo muy positivo de las ciencias actuales, que conocen diferencias, pero no discrepancias. Sin duda alguna, la matemática es una ciencia del espíritu; pero precisamente en cuanto tal es la forma y medida, el órgano estructural de la naturaleza, de la realidad exterior. El carácter de las ciencias en nuestro siglo es muy irénico, muy pacífico; apenas mantienen vigor o virulencia los ismos, que antes habían sacudido incluso los fundamentos de la matemática (la crisis entre logicismo-formalismo-intuicionismo-operacionalismo, etc.); y gana terreno con cada nuevo progreso científico la síntesis complementaria en un nivel superior, la que Hermann Weyl, uno de los mejores matemáticos y filósofos del s. XX, ha caracterizado como sigue: «La ciencia se perdería si no siguiese apoyándose en la creencia trascendental de que existen la verdad y la realidad, y si renunciase a la interacción entre los hechos y las construcciones que se dan aquí y el reino de las ideas intuidas por allá» (Philosophy of Mathematics and Natural Science, Princeton 1949, prólogo VI). Esta concepción de una triple raíz del conocimiento científico, a saber, los datos experimentales, la elaboración racional y la idea directiva, es capaz de superar la tensión entre realismo (v.) e idealismo (v.) en una conciliación que puede llamarse ideal-realismo. Pero esto ya no es más tarea de la e. como teoría del conocimiento científico, sino de una ontología de la realidad física, vital y personal, la que señala hacia una metafísica trascendental (v.).
V. t.: CONOCIMIENTO; GNOSEOLOGÍA; CIENCIA VII.
EPISTEMOLOGIA.
FILOSOFIA.
El sustantivo griego episteme se deriva del verbo ep-istastai (saber; literalmente: estar cerca) y significa ciencia, entendimiento y, sobre todo, conocimiento científico. En este sentido lo emplea ya Aristóteles (v.) en la famosa jerarquía ascendente de los saberes, al comienzo de la Metafísica: «Es obvio que el saber por causas y principios es ciencia» («hoti men oun he sofia peri tinas aitias kai arcas estin episteme, delon»; 982a3). Mientras que la denominación parecida y muchas veces sinónima, gnoseología, se encuentra ya en la Metafísica (1739) de Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-62), definida como «scientia cogitationis», ciencia del pensamiento, el término técnico «epistemología» entra relativamente tarde en el vocabulario filosófico, a saber, con el empirismo inglés del s. XIX (p. ej., 1. F. Ferrier, 1808-64).
El uso de la palabra Epistemology se ha extendido en todo el mundo anglosajón, para designar la Teoría del conocimiento (Theory of Knowledge) en general. Pero, como el pensamiento inglés y norteamericano suele orientarse más hacia las ciencias particulares que a la ciencia universal, la metafísica (v.), y como la Gnoseología (v.) entre los mejores autores españoles, portugueses, franceses, italianos e iberoamericanos se entiende más bien como Metafísica del conocimiento (v.). (el sentido de metafísica en Nicolai Hartmann, v., es otro), para mayor claridad seguiremos la distinción entre gnoseología y e., estudiando aquí sólo lo referente a una investigación o teoría del conocimiento científico, remitiendo para todos los demás aspectos a los voces VERDAD; CONOCIMIENTO; GNOSEOLOGÍA.
No es menester repetir aquí los datos principales de la historia de la e., porque sobre este tema existen buenos y amplios artículos lexicográficos, redactados en los últimos años. En el rigor del pensamiento científico, apenas se notan las oposiciones ideológicas que han aparecido tantas veces en la historia de las opiniones humanas; p. ej., dogmatismo-escepticismo (agnosticismo), racionalismo-empirismo (pragmatismo), apriorismo (criticismo)-sensualismo (todas estas voces tienen artículo propio en esta Enciclopedia). La única oposición que se mantiene a veces en el mundo de las ciencias es el binomio realismo (v.)idealismo (v.), el último sobre todo en las formas que le ha dado la segunda mitad del s. XIX como fenomenismo (v.) y positivismo (v.). Lo discutiremos en dos pasos consecutivos: 1) Teoría científica del conocimiento. 2) Teoría del conocimiento científico, para resumir después la situación actual.
1. Teoría científica del conocimiento. La concepción moderna de la relación entre sujeto y objeto del conocimiento empieza con Galileo (v.) que argumenta en Il Saggiatore (1623) que luz y colores (blanco o rojo), sonidos, sabores y olores no son más que nombres (se nota la influencia del nominalismo, v., medieval) que no existirían sin un sujeto que siente, como tampoco cosquillas o dolores tienen una existencia objetiva en las cosas fuera de nosotros. La teoría de la distinción entre las cualidades (v.) subjetivas y objetivas, secundarias y primarias (terminología de Robert Boyle, 1627-91), fue desarrollada por Descartes (v.) en su Traité de la Lumière y al fin de sus Principia philosophiae, y por Locke (v.) en su Essay concerning Human Understanding (lib. II, cap. 8). La dicotomía entre dos mundos, uno objetivo y otro subjetivo, fue la creencia general de los científicos, en los últimos siglos, aunque ya Leibniz (v.) vio con claridad, anticipando la situación del problema en el s.XX: «En cuanto atañe a los cuerpos, puedo demostrar que no sólo luz, calor, color, etc., sino también movimiento, figura y extensión no son más que cualidades de apariencia» (Obras filosóficas, ed. Gerhardt, V11,322). En la misma dirección apunta la crítica de Berkeley (v.), Hume (v.) y Kant (v.; v. t. FÍSICA NUEVA, 9).
El s. XIX añade conocimientos importantes para aclarar la situación; así, la termodinámica (v.) estadística que comprueba definitivamente la subjetividad de las sensaciones de calor y de frío, y las investigaciones de Hermann von Helmholtz (v.) sobre la óptica fisiológica y la psicología de los sentidos, y de Carl Stumpf (1848-1936) sobre el origen psicológico de la representación del espacio (1873). El argumento principal de Stumpf, que acepta también Husserl (v.) y la psicología y filosofía fenomenológica (v.), hace constar que es imposible figurarse un cuerpo, por pequeño que sea, sin un color concomitante; y por tanto, la subjetividad de las impresiones de luz y colores se traslada también a la corporeidad espacial en cuanto tal. Si uno se imagina un átomo, hay que representárselo por lo menos grisáceo; y sin duda alguna, gris es también un color como blanco, negro o amarillo (o al menos una luminosidad). La conclusión es fácil: si no es posible llegar al realismo ingenuo que cree en la realidad objetiva de todas las cualidades sensoriales, tampoco vale la separación abrupta que ha efectuado la física clásica entre cualidades objetivas y subjetivas.
Para caracterizar la e. del s. XX, es interesante observar una creciente inclinación de los mejores investigadores hacia los problemas de la percepción (v.) y la apercepción (v.) En la terminología del fundador de la e. científica en España, Ángel Amor Ruibal (1869-1930; v.), es la «función cognoscitiva de adquisición», que Amor Ruibal hace preceder a las funciones de elaboración y de deducción. Reflexiones parecidas han impulsado las obras de Maurice Merleau-Ponty (v.) y de Cornelio Fabro sobre la fenomenología de la percepción. El sentido filosófico de tales esfuerzos en la e. contemporánea es claro: es el entendimiento de la primacía de la verdad (v.) ontológica ante la psicológica, lingüística y lógica. Con precedencias de la teoría de los objetivos (Alexius Meinong, 1853-1920) y de todo el movimiento fenomenológico, el interés de la e. ya no se dirige tanto hacia la adecuación de un conjunto estructural (gramatical) de palabras con un sentido noético (un juicio) -sencillamente, si me expreso bien y el otro me entiende cuando digo: «El cielo es azul» o «La humildad es una virtud»-, sino que se trata de la pregunta mucho más profunda de si realmente, ontológicamente, es verdad mi percepción de un cielo azul o mi intuición del valor ético de la humildad.
El problema de la e. en el s. XX ya no se agota en discusiones acerca del lenguaje sobre algo, al hilo de la gramática indo-europea, sino que se abre a la realidad concreta, y ésta es la esencia percibida e intuida. En la primera mitad de este siglo, el inmenso problema de la génesis de las percepciones, que debe estar a la base de una e. científica, se ha resuelto en sus principios, en una colaboración fecunda entre muchas ramas de la investigación, especialmente la física atómica (de los electrones corticales excitados a niveles cuánticos superiores, como fuentes de radiaciones electromagnéticas), la teoría cuántica del campo electromagnético (ya un fotón, partícula sin masa de reposo, absorbido en la retina del ojo, puede iniciar un mensaje electro-químico en el nervio visual, que lleva a una impresión luminosa), la fisiología, citología, neurología, encefalología y, últimamente, la psicología general.
Los últimos 20 años han añadido los grandes progresos de la física de partículas elementales, de la electrodinámica cuántica, de la electrónica y cibernética y, sobre todo, de la microbiología y bioquímica. La convergencia de éstas y otras investigaciones culmina en un resultado: en la realidad física, esto es, el mundo exterior y en la realidad fisiológica, es decir, el cuerpo que tenemos, no se encuentra ninguna de las cualidades sensoriales que percibimos, sino tan sólo correspondencias estructurales, si prescindimos de lo esencial que es precisamente nuestra percepción. El resumen más completo de los argumentos psicológicos y filosóficos -p. ej., el principio de la forma (Gestalt), la proto-fantasía, la energía específica de los sentidos- se halla en la obra de Philipp Lersch, La estructura de la personalidad (Barcelona 1964, 311-384).
Desde luego, no es lícito decir que la luz sea, en realidad, oscilaciones ondulatorias transversales en un campo electromagnético, o que una melodía o una recitación consista objetivamente en ondas longitudinales en el aire. Lo único que puede afirmarse es que en el mundo de las ciencias se coordinan a la luz visible ondas electromagnéticas entre 0,000036 cm. y 0,000078 cm. de longitud que corresponden a los extremos de violeta y de rojo en el arco iris (todas las longitudes de ondas en los campos electromagnéticos van desde varios kilómetros hasta 10-13 cm.). Pero la luz y los colores no son, en realidad y en verdad, superposiciones de ondas electromagnéticas. El antropocosmos de nuestras percepciones cualitativas y el logocosmos de las estructuras energéticas que han descubierto las ciencias son dos realidades no. comparables, sino tan sólo coordinables y complementarias. Si el primer mundo no es objetivable como un conjunto de «cosas existentes en sí», sino tan sólo como una realidad en relación a una persona que percibe, el segundo mundo de las ciencias tampoco es objetivable si no se guarda la relación necesaria a nuestro pensamiento. Las pruebas contundentes son, por una parte, las distinciones en los objetos (a la separación fenoménica entre los muros de una casa y el aire circundante corresponde, en el mundo molecular, una mezcla complicadísima) y, por otra parte, la indistinción cualitativa en los mensajes neurológicos, porque las estructuras y funciones fisiológicas y bioquímicas en todos los nervios y centros cerebrales son iguales, trátese de mensajeros de dolor, de presión, de luz, de frío o de melodías.
En el término del análisis científico, en los ganglios y neurones de la corteza cerebral, a la impresión «cielo azul» le corresponde, desde luego en una simplificación representativa de alteraciones electrónicas inmensamente más complicadas y rapidísimas, una configuración momentánea de tres electrones en la forma .. y a la impresión «frío terrible» le corresponde un mensaje de la forma :.. Es evidente que ninguna coordinación física o fisiológica puede contener el objeto o el sentido de nuestra percepción o intuición: si vemos a un cal Yallo, en nuestros nervios sensoriales y centros corticales no saltan pequeños caballitos, sino tan sólo mensajes electrónicos, transformaciones de energías estructuradas. La pregunta decisiva de la e. contemporánea es, por fin: ¿Quién traduce los mensajes estructurales, que se transmiten en rapidísimas oscilaciones y frecuencias, en la impresión de un mundo real vivido y percibido? En todo mi cuerpo no encuentro nada parecido. Por tanto, la filosofía ha introducido una causa suficiente de nuestra vida interior de la conciencia y de nuestra percepción de un mundo exterior, que desde la Antigüedad tiene el nombre psyje, anima, alma. La Edad Moderna prefiere decir directamente: ego, yo soy (v. ALMA; ESPÍRITU I).
Ahora bien, para entender el misterio de la percepción, que sin duda forma la base de nuestro conocimiento, hay principalmente dos posibilidades. La primera puede llamarse inmanentista, porque supone que el alma permanece dentro de los límites del cuerpo y prueba todas las informaciones electroquímicas que le llevan las neuronas y los ganglios cerebrales, para traducir su lenguaje cifrado en la impresión de un mundo con un sinnúmero de distintas formas y cualidades, que en el mismo acto proyecta hacia fuera, a su sitio correspondiente en la realidad exterior. La coincidencia de esta proyección desde la interioridad del alma con el mundo real que percibimos puede caracterizarse con la discutida expresión de Leibniz: armonía preestablecida. La segunda solución del enigma del conocimiento, que puede llamarse trascendental, fue preparada ya por la gnoseología neoplatónica y elaborada en nuestro siglo, sobre todo, por el biólogo y filósofo Hans Driesch (1867-1941) y el físico Pascual Jordan (1901-), uno de los fundadores de la mecánica cuántica. En esta teoría, los procesos fisiológicos son tan sólo causas accidentales y ocasionales, como los objetos psicométricos en la parapsicología, que conmueven al alma para captar directamente el mundo real.
2. Teoría del conocimiento científico. Desde Wilhelm Dilthey (v.) se distingue entre ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza, con la motivación plausible de que es el espíritu la realidad inmediata que entendemos, mientras que la naturaleza, la tenemos que explicar. Una cortadura vertical a esta distinción es la otra que discierne entre las ciencias descriptivas (mostrativas, fenoménicas) y las ciencias explicativas (demostrativas, esenciales). Desde luego, se trata de aproximaciones, porque nunca se dan los «casos puros», ya que las distinciones se entrecruzan: La física, la biología, la psicología, la sociología son ciencias explicativas que contienen también muchos datos descriptivos; y, por otra parte, la Geología como modelo de una ciencia descriptiva abarca también muchos factores explicativos de las estratificaciones a través de su génesis. Naturalmente, una e. en el sentido de teoría del conocimiento científico debe moverse en un plan muy general. Como son distintos los objetos (v.) materiales y formales de las ciencias, difieren también los métodos (v.) científicos, p. ej., la lingüística comparada tiene otro método que la bioquímica, porque es el objeto que determina el método, y no al revés (cfr. R. Saumells, La ciencia y el ideal metódico, Madrid 1958; V. CIENCIA VII).
Sin embargo, hay dos métodos legítimos y comunes no sólo a todas las ciencias particulares, sino también a la ciencia filosófica y al conocer cotidiano del common sense, del «sentido común». El primero es el método lenomenológico que consiste en la revelación de las esencias percibidas, intuidas o ideadas a través de una indicación (lingüística o deíctica) adecuada; el segundo es el método trascendental que concluye y deduce, a partir de la existencia experimentada de algún fenómeno que no puede explicarse en cuanto tal, la existencia de causas invisibles que explican y hacen entender lo experimentado.
Así, la física explica el hecho de la caída y el peso de los cuerpos con la introducción de los campos estructurados de gravitación; el hecho de la percepción visual, de la radiotransmisión, de los rayos X y muchas otras experiencias se explican con el presupuesto del campo electromagnético; y la existencia y consistencia de los cuerpos mismos se explica con las leyes estructurales del campo material (de las partículas «fermiones»). Todos estos campos energéticos son entidades invisibles y no palpables, pero reales como causas necesarias de los fenómenos. Asimismo, en la intuición filosófica, el alma es causa invisible, impalpable e inexperimentable de todas nuestras vivencias y experiencias; no es objeto, sino el sujeto último de todas nuestras percepciones y apercepciones interiores y exteriores. Así se revela la vinculación íntima entre experiencia fenomenológica e idea trascendental que ha fundado la ciencia moderna, que es ciencia experimental y teórica, a la vez, y nunca pura empiría como en el programa de Francis Bacon (v.). Porque el experimento es una empiría dirigida por la razón. El pasaje clásico de la formulación de esta verdad es el famoso apartado en el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la Razón pura de Kant (v.), que empieza así. «Cuando Galilei hizo rodar sus bolas hacia abajo en una planicie inclinada, con pesos elegidos por él mismo...» (B XIII, fin) (V. TEORÍA CIENTÍFICA; EXPERIMENTACIÓN CIENTÍFICA).
Sería éste un lugar oportuno para decir algo acerca del nacimiento de las ideas científicas (cfr. FÍSICA NUEVA..., 8). Es siempre una mezcla extraña, mejor dicho, una síntesis fructífera entre experiencias anteriores, formación intelectual, sobre todo matemática, y una iluminación paulatina o repentina, pero siempre fulminante. Las memorias de los grandes descubridores son el mejor manual de una e. científica. Así, p. ej., A. F. Kékulé (1829-96), estudiante de arquitectura antes de ser convertido a la química por su maestro Liebig, meditando intensamente sobre la constitución del hidrocarburo benceno, C6H6, ve una noche en sueños a una serpiente que se muerde la cola y forma así un anillo circular; y descubre aquí la estructura arquitectónica del anillo bencénico. O el premio Nobel francés Louis de Broglie, siempre ocupado en sus investigaciones sobre la doble naturaleza de la luz (en general, del campo electromagnético), a saber, las realizaciones como ondas de propagación y partículas de actualización, que intenta trasladar esta idea fundamental de la complementariedad analógica también al campo de las partículas elementales de la llamada «materia» (sobre todo, electrones y protones), y crea así la mecánica ondulatoria, base de la física atómica y nuclear de hoy, a partir de los principios de analogía y simetría. Podría llenarse un libro muy amplio con los ejemplos de la ideación en el reino de la e. científica.
El denominador común, abarcando tanto las ciencias del espíritu como las ciencias de la naturaleza, es la investigación de las leyes de determinación. En la realidad exterior, que en la tradición helénica lleva el nombre de «naturaleza» (natura, jysis), las leyes son las estructuras comunes y, en escala cósmica, universales a los tres tipos de campos físicos que conocemos, a saber, los campos materiales, gravitatorios y electromagnéticos. En la realidad interior de la persona humana y en sus formas de convivir existen también ciertas leyes de determinación estructural que son el tema de ciencias como, p. ej., la psicología y la sociología y que no impiden la superdeterminación por un acto libre de auto-iniciativa personal. La palabra estructura (v.) es la que acaso más caracteriza la concepción científica del s. XX. Al hacer constar esto, ya hemos entrado en un resumen de la situación actual de la e. «Estructura» puede definirse como un sistema ordenado de relaciones. Encontrarse con el orden central del mundo (la palabra griega cosmos significa orden, mundo y hermosura, a la vez) ha sido el deseo y el mayor estímulo de la investigación científica, desde la Antigüedad a través de la época clásica hasta el último libro de Werner Heisenberg, Der Teil und das Ganze (La parte y el todo), Munich 1969. La ciencia general del descubrimiento de todas las estructuras posibles es la matemática; así, por lo menos, en el auto-entendimiento de su más moderna y amplia fundamentación en la obra Éléments de Mathématique del círculo Bourbaki (v.).
La afinidad entre estructuras posibles y reales explica la aptitud de la matemática para ser aplicada a la realidad: una parte de las estructuras posibles son realizadas como formas de determinación por leyes naturales. La afinidad, el acercamiento, la aproximación es un rasgo muy positivo de las ciencias actuales, que conocen diferencias, pero no discrepancias. Sin duda alguna, la matemática es una ciencia del espíritu; pero precisamente en cuanto tal es la forma y medida, el órgano estructural de la naturaleza, de la realidad exterior. El carácter de las ciencias en nuestro siglo es muy irénico, muy pacífico; apenas mantienen vigor o virulencia los ismos, que antes habían sacudido incluso los fundamentos de la matemática (la crisis entre logicismo-formalismo-intuicionismo-operacionalismo, etc.); y gana terreno con cada nuevo progreso científico la síntesis complementaria en un nivel superior, la que Hermann Weyl, uno de los mejores matemáticos y filósofos del s. XX, ha caracterizado como sigue: «La ciencia se perdería si no siguiese apoyándose en la creencia trascendental de que existen la verdad y la realidad, y si renunciase a la interacción entre los hechos y las construcciones que se dan aquí y el reino de las ideas intuidas por allá» (Philosophy of Mathematics and Natural Science, Princeton 1949, prólogo VI). Esta concepción de una triple raíz del conocimiento científico, a saber, los datos experimentales, la elaboración racional y la idea directiva, es capaz de superar la tensión entre realismo (v.) e idealismo (v.) en una conciliación que puede llamarse ideal-realismo. Pero esto ya no es más tarea de la e. como teoría del conocimiento científico, sino de una ontología de la realidad física, vital y personal, la que señala hacia una metafísica trascendental (v.).
V. t.: CONOCIMIENTO; GNOSEOLOGÍA; CIENCIA VII.
BIBL.: F. AMERIO, Epistemología,
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LAÍN ENTRALGO-J. M. LÓPEZ PIÑERO, Panorama histórico de la ciencia
moderna, Madrid 1963; J. M. LÁZARO, Iniciación al estudio del
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conocimiento, ser, Santiago de Compostela 1957; A. PASQUINELLI, Nuovi
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epistemología, Roma 1962; F. SOCCORSI, De vi cognitionis humanae in
scientia physica, Roma 1958; F. VAN STEENBERGEN, Epistemología, 2 ed.
Madrid 1962; LEOPOLDO EULOGIO PALACIOS, Filosofía del saber, Madrid 1962;
F. D. WILHEMSEN, Man's Knowledge of Reality, Nueva jersey 1960; E. NICOL,
Los principios de la Ciencia, México 1965.
WOLFGANG STROBL.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
Teoría del
conocimiento / Epistemología
(del griego, episteme, 'conocimiento';
logos, 'teoría')
Rama de la
filosofía
que trata de los
problemas filosóficos que rodean la
teoría del
conocimiento. La
epistemología se ocupa de la definición del saber y de los conceptos
relacionados, de las
fuentes, los criterios, los tipos de
conocimiento posible y el grado con el que cada uno resulta cierto; así como
la relación exacta entre el que conoce y el objeto conocido.
INTRODUCCIÓN.
He aquí unos de los
grandes temas de la filosofía de todos los tiempos :elucidar en que consiste el
acto de conocer, cual es la escencia del
conocimiento, cual es la relación cognoscitiva entre
el hombre y las cosas que lo rodean. A pesar de que es una operación
cotidiana no hay un acuerdo acerca de lo que sucede cuando conocemos algo. La
definición más sencilla nos dice que conocer consiste en obtener una
información acerca de un objeto. Conocer es conseguir un dato o una noticia
sobre algo.
El conocimiento es esa noticia o
información acerca de ése objeto.
La
teoría del conocimiento es una doctrina filosófica. Para precisar su
ubicación en el todo que es la filosofía, es necesario que antes aparezca una
definición esencial de esta.
Una definición
esencial de la filosofía se podría obtener atendiendo el significado de la
palabra. El termino filosofía deriva del griego y quiere decir
amor a la sabiduría o , lo que es lo mismo, deseo de saber, de conocer.
Inmediatamente se nota que no se puede de obtener de la filosofía una definición
esencial, y, por lo tanto, obligatoriamente se debe de emplear otro
método.
Por ejemplo la
definición de filosofía que presentan
Platón y
Aristóteles como
ciencia pura, es respectivamente la búsqueda de la virtud o de la felicidad.
Como dice Dilthey:
¨Lo primero que debemos intentar es descubrir un
objetivo común contenido en todos aquellos
sistemas a cuya vista se constituyen todos aquellos
sistemas de la filosofía".
Estos
sistemas son los de
Platón y
Aristóteles,
Descartes y Leibnitz,
Kant y
Hegel ya que en todos ellos hallaremos una inclinación en la universalidad,
una orientación en la totalidad objetiva por ejemplo: el ser, la esencia,
el conocimiento.
En los
principios de la
edad moderna retomamos los caminos del
concepto Aristotélico (tiene como centro una
ciencia universal del ser). Los
sistemas de
Descartes, Spinoza y Leibnitz, presentan la misma orientación que
caracteriza al Estagirita, ya que todos tienden al conocimiento del mundo
objetivo.
Kant por el contrario revive el estilo Platónico (procura elevar la vida,
con todos sus conceptos a la
conciencia filosófica).
Es verdad que
Kant en su primera manifestación surge como una
teoría del conocimiento o como base crítica del estudio científico. Pero no
se detiene en el ámbito teórico sino que avanza a formular la base crítica de
todos los campos conocibles. Al lado de la Crítica de la razón pura, se
encuentra la Crítica de la razón práctica, que aborda el tema de la
valorización
moral, y la Crítica del juicio, cuyo
objetivo son las
investigaciones críticas de
los valores estéticos. Así pues, en
Kant aparece la filosofía como una reflexión universal del
pensamiento sobre sí mismo, como una reflexión del
hombre estudioso sobre
los valores de su
conducta.
La supresión de
todos los
principios
materiales y
objetivos, los cuales existen indudablemente en
Kant, de manera que la filosofía asume un carácter puramente formal y
metodológico. Ésta postura intelectual provoca una reacción que forja un nuevo
movimiento en el
pensamiento filosófico, el cual vuelve a inclinarse a lo material y
objetivo, constituyendo una renovación del carácter aristotélico.
Éste breve repaso
de toda la
evolución histórica del
pensamiento filosófico, nos permite determinar otros dos elementos del
concepto esencial de la filosofía. Al primero se conoce con la expresión
"concepción del yo"; al segundo se le llama "concepción del
universo". La filosofía es ambas cosas: una concepción del yo y una
concepción del
universo.
En todo
conocimiento podemos distinguir cuatro elementos:
-
El sujeto que conoce.
-
El objeto conocido.
-
La operación misma de conocer.
-
El resultado obtenido que es la información recabada acerca del objeto.
Dicho de otra
manera: el sujeto se pone en contacto con el objeto y obtiene una
información acerca del mismo. Cuando existe congruencia o adecuación entre
el objeto y la representación interna correspondiente, decimos que estamos en
posesión de una verdad.
PROBLEMAS FILOSÓFICOS GRIEGOS Y
MEDIEVALES.
En el siglo V a.C., los
sofistas
griegos cuestionaron la posibilidad de que hubiera un conocimiento fiable y
objetivo. Por ello, uno de los principales sofistas,
Gorgias,
afirmó que nada puede existir en realidad, que si algo existe no se puede
conocer, y que si su conocimiento fuera posible, no se podría comunicar. Otro
sofista importante,
Protágoras, mantuvo que ninguna opinión de
una
persona es más correcta que la de otra, porque cada individuo es el único
juez de su propia experiencia.
Platón,
siguiendo a su ilustre maestro
Sócrates,
intentó contestar a los sofistas dando por sentado la existencia de un mundo de
formas o ideas, invariables e invisibles, sobre las que es posible
adquirir un conocimiento exacto y certero. Mantenía que las cosas que uno ve y
palpa son copias imperfectas de las formas puras estudiadas en
matemáticas y filosofía. Por consiguiente, sólo el razonamiento abstracto de
esas disciplinas proporciona un conocimiento verdadero, mientras que la
percepción facilita opiniones vagas e inconsistentes. Concluyó que la
contemplación filosófica del mundo oculto de las ideas es el fin más elevado de
la existencia humana.
Aristóteles
siguió a
Platón al considerar
el conocimiento abstracto superior a cualquier otro, pero discrepó de su
juicio en cuanto al
método apropiado para alcanzarlo.
Aristóteles mantenía que casi todo
el conocimiento se deriva de la experiencia.
El conocimiento se adquiere ya sea por vía directa, con la abstracción de
los rasgos que definen a una especie, o de forma indirecta, deduciendo nuevos
datos de aquellos ya sabidos, de acuerdo con las reglas de la
lógica.
La
observación cuidadosa y la adhesión estricta a las reglas de la
lógica, que por primera vez fueron expuestas de forma sistemática por
Aristóteles, ayudarían a superar las trampas teóricas que los sofistas
habían expuesto. Las escuelas estoica y epicúrea coincidieron con
Aristóteles en que el conocimiento nace de la
percepción pero, al contrario que Aristóteles y
Platón, mantenían que la filosofía había de ser considerada como una guía
práctica para la vida y no como un fin en sí misma.
Después de varios siglos de declive del
interés por el conocimiento racional y científico, el filósofo escolástico (véase
Escolasticismo)
santo Tomás de Aquino
y otros
filósofos de la
edad media ayudaron a devolver la confianza en la razón y la experiencia,
combinando los
métodos racionales y la fe en un
sistema unificado de creencias. Tomás de Aquino coincidió con Aristóteles en
considerar la
percepción como el punto de partida y la
lógica como el
procedimiento intelectual para llegar a un conocimiento fiable de la
naturaleza, pero estimó que la fe en la
autoridad bíblica era la principal fuente de la creencia religiosa.
LOS TRES NIVELES DEL CONOCIMIENTO.
El ser humano puede
captar un objeto en tres diferentes niveles, sensible, conceptual y holístico.
El conocimiento sensible consiste en captar un objeto por medio de
los sentidos; tal es el caso de las
imágenes captadas por medio de la vista. Gracias a ella podemos almacenar en
nuestra mente las
imágenes de las cosas, con
color, figura y dimensiones. Los ojos y los oídos son los principales
sentidos utilizados por el ser humano. Los
animales han desarrollado poderosamente el olfato y el tacto.
En segundo lugar,
tenemos el conocimiento conceptual, que consiste en representaciones
invisibles, inmateriales, pero universales y esenciales. La principal diferencia
entre el nivel sensible y el conceptual reside en la singularidad y
universalidad que caracteriza, respectivamente, a estos dos tipos de
conocimiento. El conocimiento sensible es singular y el conceptual universal.
Por ejemplo, puedo ver y mantener la
imagen de mi padre; esto es conocimiento sensible, singular. Pero además,
puedo tener el
concepto de padre, que abarca a todos los padres; es universal. El
concepto de padre ya no tiene
color o dimensiones; es abstracto. La
imagen de padre es singular, y representa a una
persona con dimensiones y figura concretas. En
cambio el
concepto de padre es universal (padre es el ser que da vida a otro ser). La
imagen de padre sólo se aplica al que tengo en frente. En
cambio, el concepto de padre se aplica a todos los padres. Por esto decimos
que la
imagen es singular y el concepto es universal.
En tercer lugar
tenemos el conocimiento holístico (también llamado intuitivo, con el
riesgo de muchas confusiones, dado que la palabra intuición se ha utilizado
hasta para hablar de premoniciones y corazonadas). En este nivel tampoco hay
colores, dimensiones ni
estructuras universales como es el caso del conocimiento conceptual. Intuir
un objeto significa captarlo dentro de un amplio contexto, como elemento de una
totalidad, sin
estructuras ni límites definidos con claridad. La palabra holístico se
refiere a esta totalidad percibida en el momento de la intuición (holos
significa totalidad en griego). La principal diferencia entre el conocimiento
holístico y conceptual reside en las
estructuras. El primero carece de
estructuras, o por lo menos, tiende a prescindir de ellas. El concepto, en
cambio, es un conocimiento estructurado. Debido a esto, lo percibido a nivel
intuitivo no se puede definir, (definir es delimitar), se capta como un elemento
de una totalidad, se tiene una vivencia de una presencia, pero sin
poder expresarla adecuadamente. Aquí está también la raíz de la dificultad
para dar ejemplos concretos de este conocimiento. Intuir un
valor, por ejemplo, es tener la vivencia o presencia de ese
valor y apreciarlo como tal, pero con una escasa
probabilidad de
poder expresarla y comunicarla a los demás.
Un ejemplo de
conocimiento holístico o intuitivo es el caso de un descubrimiento en el terreno
de
la ciencia. Cuando un científico dislumbra una
hipótesis explicativa de los fenómenos que estudia, podemos decir que ese
momento tiene un conocimiento holístico, es decir, capta al objeto estudiado en
un contexto amplio en donde se relaciona con otros objetos y se explica el
fenómeno, sus relaciones, sus cambios y sus
características.
El trabajo posterior del científico, una vez que ha vislumbrado una
hipótesis, consiste en traducir en términos estructurados ( conceptos) la
visión que ha captado en el conocimiento holístico, gracias a un momento de
inspiración.
La captación de
valores nos ofrece el mejor ejemplo de conocimiento holístico. Podemos ver a
un ser humano enfrente de nosotros (esto es un conocimiento sensible o de primer
nivel). Podemos captar el concepto de
hombre y definirlo (esto es un conocimiento conceptual o de segundo nivel).
Pero además, podemos vislumbrar el
valor de este
hombre en
concreto dentro de su
familia. Percibimos su
valor y lo apreciamos. Esto es un conocimiento holístico o de tercer nivel.
La experiencia
estética nos proporciona otro ejemplo de conocimiento holístico. Percibir la
belleza de una obra de
arte significa captar ese objeto sin
estructuras, sin conceptos, simplemente deteniéndose en la armonía,
congruencias y afinidades con el propio sujeto. Debido a esto, la experiencia
estética se puede denominar también conocimiento por connaturalidad.
EL ORIGEN DEL CONOCIMIENTO.
1.-
Racionalismo.
Se denomina
racionalismo a la doctrina epistemológica que sostiene que la causa
principal del conocimiento reside en el
pensamiento, en la razón. Afirma que un conocimiento solo es realmente tal,
cuando posee necesidad
lógica y validez universal. El planteamiento mas antiguo del
racionalismo aparece en
Platón. El tiene la íntima convicción de que el conocimiento verdadero debe
distinguirse por la posesión de las notas de la necesidad
lógica y de la validez universal.
2.- El
empirismo.
Frente a la
tesis del
racionalismo, el
pensamiento, la razón, es el único principio del conocimiento, el
empirismo ( del griego Empereimía = experiencia ) opone la antitesis: la
única causa del conocimiento humano es la experiencia. Según el
empirismo, no existe un
patrimonio a priori de la razón. La
conciencia cognoscente no obtiene sus conceptos de la razón , sino
exclusivamente de la experiencia. El espíritu humano, por
naturaleza, está desprovisto de todo conocimiento.
El
racionalismo es guiado por la idea determinada, por el conocimiento ideal,
mientras que el
empirismo, se origina en los hechos concretos.
Los racionalistas
casi siempre surgen de la
matemática; los defensores del
empirismo, según lo prueba su
historia, frecuentemente vienen de las
ciencias naturales. Esto se entiende sin esfuerzo. La experiencia es el
factor determinante en las
ciencias naturales.
En ellas, lo más
importante es la comprobación exacta de los hechos por medio de una cuidadosa
observación. El investigador depende totalmente de la experiencia. Suelen
distinguirse dos clases de experiencia: una interna y otra externa. El
fundamento de un conocimiento válido, no se encuentra en la experiencia, sino en
el pensamiento.
3.- Apriorismo.
En la
historia de la Filosofía existe también un segundo esfuerzo de
intermediación entre el racionalismo y el empirismo: el apriorismo. El cual
también considera que la razón y la experiencia son a causa del conocimiento.
Pero se diferencia del intelectualismo porque establece una relación entre la
razón y la experiencia, en una
dirección diametralmente opuesta a la de éste. En la tendencia de
apriorismo, se sostiene que nuestro conocimiento posee algunos elementos a
priori que son independientes de la experiencia. Esta afirmación también
pertenece al racionalismo. Si relacionáramos el intelectualismo y el apriorismo
con los dos extremos contrarios entre los cuales pretenden mediar,
inmediatamente descubriríamos que el intelectualismo tiene afinidad con el
empirismo, mientras que el apriorismo, se acerca al racionalismo. El
intelectualismo forma sus conceptos de la experiencia; el apriorismo rechaza tal
conclusión y establece que el factor cognoscitivo procede de la razón y no de la
experiencia.
LA POSIBILIDAD DEL CONOCIMIENTO.
1.- El dogmatismo.
Para el, resulta
comprensible el que el sujeto, la
conciencia cognoscente, aprehenda su objeto, esta
actitud se fundamenta en una confianza total en la razón humana, confianza
que aún no es debilitada por la duda.
El dogmatismo
supone absolutamente la posibilidad y realidad del contacto entre el sujeto y el
objeto.
Para Kant el
dogmatismo es la
actitud de quien estudia la metafísica sin haber determinado con
anterioridad cuál es la capacidad de la razón humana para tal estudio.
2.-El escepticismo.
El dogmatismo
frecuentemente se transforma en su opuesto, en el escepticismo. Mientras que el
dogmatismo considera que la posibilidad de un contacto entre el sujeto y el
objeto es comprensible en sí misma, el escepticismo niega tal posibilidad. El
sujeto no puede aprehender al objeto, afirma el escepticismo. Por tanto, el
conocimiento, considerado como la aprehensión real de un objeto, es imposible.
Según esto, no podemos externar ningún juicio, y debemos abstenernos totalmente
de juzgar.
Mientras que el
dogmatismo en cierta forma ignora al sujeto, el escepticismo desconoce al
objeto.
El escepticismo se
puede hallar, principalmente, en la antigüedad. Su fundador fue Pirrón de Elis (
360 a 270 ) . El afirma que no puede lograrse un contacto entre el sujeto y el
objeto. La
conciencia y cognoscente esta imposibilitada para aprehender su objeto.
3.- El subjetivismo y el
relativismo.
El escepticismo
sostiene que no hay verdad alguna. El subjetivismo y el relativismo no son tan
radicales. Con ellos se afirma que si existe una verdad; sin embargo, tal verdad
tiene una validez limitada. El subjetivismo, como su nombre lo indica, limita la
validez de la verdad al sujeto que conoce y juzga. El relativismo afirma que no
existe alguna verdad, alguna verdad absolutamente universal.
El subjetivismo y
el relativismo son análogos, en su contenido, al escepticismo. En efecto, ambos
niegan la verdad; no en forma directa como el escepticismo, pero sí en forma
indirecta al dudar de su validez universal.
4.- El
pragmatismo.
El escepticismo
presenta una
actitud esencialmente negativa. Formula la negación de la posibilidad del
conocimiento. El escepticismo adquiere un cariz positivo en el
pragmatismo moderno. El
pragmatismo, al igual que el escepticismo, desecha el concepto de la verdad
considerado como concordancia.
El
pragmatismo cambia el concepto de la verdad en cuanto que es originado por
una peculiar concepción de lo que es el ser humano. Dentro de tal concepción
el hombre no es primordialmente un ser especulativo y pensante, sino un ser
práctico, un ser volitivo.
5.- El criticismo.
Existe una tercer
postura que resolvería la antitesis en una síntesis. Esta postura intermedia
entre el dogmatismo y el escepticismo recibe el nombre de criticismo. Al igual
que el dogmatismo, el criticismo admite una confianza fundamental en la razón
humana. El criticismo está convencido de que es posible el conocimiento de que
existe la verdad. Pero mientras que tal confianza conduce al dogmatismo, a la
aceptación candorosa, para decirlo en alguna forma, de todas las aseveraciones
de la razón humana y al no fijar límites al
poder del conocimiento humano, el criticismo pone, junto a la confianza
general en el conocimiento humano, una desconfianza hacia cada conocimiento
particular, acercándose al escepticismo por esto.
El criticismo
examina todas y cada una de las aseveraciones de la razón humana y nada acepta
con indiferencia.
RAZÓN CONTRA
PERCEPCIÓN.
Desde el siglo XVII hasta finales del siglo XIX la
cuestión principal en
epistemología contrastó la razón contra el sentido de
percepción como medio para adquirir el conocimiento. Para los racionalistas,
entre los más destacados el francés
René Descartes,
el holandés Baruch Spinoza
y el alemán, Gottfried
Wilhelm Leibniz, la principal fuente y prueba
final del conocimiento era el razonamiento deductivo basado en
principios evidentes o axiomas. Para los empiristas, empezando por
los
filósofos ingleses
Francis Bacon y
John Locke,
la fuente principal y prueba última del conocimiento era la percepción.
Bacon inauguró la
nueva era de
la ciencia moderna criticando la confianza medieval en la tradición y la
autoridad y aportando nuevas
normas para articular el
método científico, entre las que se incluyen el primer
grupo de reglas de
lógica inductiva formuladas. Locke criticó la creencia racionalista de que
los
principios del conocimiento son evidentes por una vía intuitiva, y argumentó
que todo conocimiento deriva de la experiencia, ya sea de la procedente del
mundo externo, que imprime sensaciones en la mente, ya sea de la experiencia
interna, cuando la mente refleja sus propias actividades. Afirmó que el
conocimiento humano de los objetos físicos externos está siempre sujeto a los
errores de
los sentidos y concluyó que no se puede tener un conocimiento certero del
mundo físico que resulte absoluto.
El filósofo irlandés
George Berkeley
estaba de acuerdo con Locke en que el conocimiento se adquiere a través de las
ideas, pero rechazó la creencia de Locke de que es posible distinguir entre
ideas y objetos. El filósofo escocés
David Hume
siguió con la tradición empirista, pero no aceptó la conclusión de Berkeley de
que el conocimiento consistía tan sólo en ideas. Dividió todo el conocimiento en
dos clases: el conocimiento de la relación de las ideas —es decir, el
conocimiento hallado en las
matemáticas y la lógica, que es exacto y certero pero no aporta
información sobre el mundo— y el conocimiento de la realidad —es decir, el
que se deriva de la percepción. Hume afirmó que la mayor parte del conocimiento
de la realidad descansa en la relación causa-efecto, y al no existir ninguna
conexión lógica entre una causa dada y su efecto, no se puede esperar conocer
ninguna realidad futura con certeza. Así, las
leyes de
la ciencia más certeras podrían no seguir siendo verdad: una conclusión que
tuvo un impacto revolucionario en la filosofía.
El filósofo alemán
Immanuel Kant
intentó resolver la
crisis provocada por Locke y llevada a su punto más alto por las
teorías de Hume; propuso una solución en la que combinaba elementos del
racionalismo
con algunas
tesis procedentes del
empirismo. Coincidió con los racionalistas en
que se puede tener conocimiento exacto y certero, pero siguió a los empiristas
en mantener que dicho conocimiento es más informativo sobre la
estructura del pensamiento que sobre el mundo que se halla al margen del
mismo. Distinguió tres tipos de conocimiento: analítico a priori, que es
exacto y certero pero no informativo, porque sólo aclara lo que está contenido
en las definiciones; sintético a posteriori, que transmite información
sobre el mundo aprendido a partir de la experiencia, pero está sujeto a los
errores de
los sentidos, y sintético a priori, que se descubre por la intuición
y es a la vez exacto y certero, ya que expresa las condiciones necesarias que la
mente impone a todos los objetos de la experiencia. Las
matemáticas y la filosofía, de acuerdo con Kant, aportan este último tipo de
conocimiento. Desde los tiempos de Kant, una de las cuestiones sobre las que más
se ha debatido en filosofía ha sido si existe o no el conocimiento sintético a
priori.
Durante el siglo XIX, el filósofo alemán
George Wilhelm Friedrich Hegel
retomó la afirmación racionalista de que el conocimiento certero de la realidad
puede alcanzarse con carácter absoluto equiparando los
procesos del pensamiento, de la
naturaleza y de la
historia.
Hegel provocó un
interés por la
historia y el enfoque histórico del conocimiento que más tarde fue realzado
por Herbert Spencer
en Gran Bretaña y la
escuela alemana del historicismo. Spencer y el filósofo francés
Auguste Comte
llamaron la atención sobre la importancia de la
sociología
como una rama del conocimiento y ambos aplicaron los
principios del empirismo al estudio de la
sociedad.
La
escuela estadounidense del
pragmatismo,
fundada por los
filósofos Charles Sanders
Peirce,
William James
y John Dewey
a principios de este siglo, llevó el empirismo aún más lejos al mantener que el
conocimiento es un instrumento de acción y que todas las creencias tenían que
ser juzgadas por su
utilidad como reglas para predecir las experiencias.
POSICIÓN DE LOS AUTORES FRENTE AL
CONCOCIMIENTO.
Para algunos
autores, el fundamento de la posibilidad del conocimiento es la realidad, bien
la sensible (como han defendido los
filósofos de orientación empirista), bien la inteligible (como aquellos
racionalistas que han defendido el carácter realmente existente de las entidades
conceptuales o nociones generales).
El primer gran
filósofo que abordó el estudio del conocimiento fué el francés René
Descartes, en el siglo XVII.
Descartes intentó descubrir un fundamento del conocimiento que fuera
independiente de límites y supuestos. Para él, conocer es partir de una
proposición evidente, que se apoya en una intuición primaria.
Descartes formuló tal proposición en su célebre sentencia: "pienso, luego
existo".
Kant negó que la
realidad pudiera ser explicada mediante los solos conceptos y se propuso
conseguir el mismo objetivo, pero intentando determinar los límites y
capacidades de la razón. Si bien existen, efectivamente, juicios sintéticos
apriori, que son la condición necesaria de toda comprehensión de la
naturaleza (trascendentales), el ámbito del conocimiento de limita, sin
embargo en el pensamiento de Kant, al reino de la experiencia.
Según el británico
John Locke, representante moderado del empirismo, las impresiones de la
sensibilidad sólo formaban la base primaria del conocimiento. El también
británico David Hume y algunos autores neopositivistas posteriores consideraron,
por el contrario, que las nociones de las
ciencias formales no son empíricas ni conceptuales, sino formales y, por lo
tanto, vacías de conocimiento.
De acuerdo con
determinadas formas de empirismo existen otras experiencias además de la
sensible, como la experiencia histórica, la experiencia intelectual, etc. En
estas posiciones, a algunos de cuyos precursores - los alemanes Friedrich
Nietzsche y Wilhelm Dilthey- difícilmente se les puede considerar como
empiristas, el término experiencia se entiende en un sentido más amplio. Los
autores más representativos de estas posiciones son el alemán Martin Heidegger y
el francés Jean- Paul-
Sartre, que defendieron posturas existencialistas; los estadounidenses John
Dewey y William James, de orientación pragmatista; y el español José Ortega y
Gasset, que mantuvo la postura que él llamó raciovitalismo, en la que vida y
razón constituían los dos polos de su concepción del mundo.
Mientras que la
epistemología ha sido entendida tradicionalmente como una
teoría del conocimiento en general, en el siglo XX los
filósofos se interesaron principalmente por construir una teoría del
conocimiento científico, suponiendo que si se lograra disponer de teoría
adecuadas que explicaran los mecanismos de un conocimiento de este tipo, podrían
avanzar considerablemente por la misma vía en la solución de
problemas gnoseológicos (doctrinas filosófica y religiosa que pretendía
tener un conocimiento misterioso e instintivo de las cosas divinas) más
generales.
La elaboración de
una
epistemología de este tipo constituyó la tarea abordada especialmente por
los autores del Círculo de Viena, que fueron el germen de todo
movimiento del empirismo o
positivismo lógico. Para éstos filósofos se trataba de conseguir un
sistema unitario de saber y conocimiento, lo que requería la unificación del
lenguaje y la
metodología de las distintas
ciencias. Este
lenguaje debería ser insersubjetivo - lo que exigía la utilización de
formalismos y de una semántica común- y universal, es decir, cualquier
proposición debía
poder traducirse a él.
Lo único que puede
hacerse es formular la
hipótesis de la existencia de una realidad independiente de nuestra
experiencia e indicar criterios para su contrastación en la medida en que una
afirmación de existencia implica determinados enunciados perceptivos. No hay
ninguna posibilidad de decisión respecto a una realidad o idealidad absolutas.
Ello sería, en palabras de Carnap, un seudoproblema. Todas las formas
epistemológicas de la tradición filosófica inspiradas en posiciones metafísicas
- el
idealismo y el
realismo filosófico, el fenomelanismo, el solipsismo, etc.- caerían, así,
fuera del ámbito del conocimiento empírico, ya que buscarían responder a una
pregunta imposible.
EPISTEMOLOGÍA EN EL SIGLO XX.
A principios del
siglo XX los
problemas epistemológicos fueron discutidos a fondo y sutiles matices de
diferencia empezaron a dividir a las distintas escuelas de pensamiento rivales.
Se prestó especial atención a la relación entre el acto de percibir algo, el
objeto percibido de una forma directa y la cosa que se puede decir que se conoce
como resultado de la propia percepción. Los autores fenomenológicos afirmaron
que los objetos de conocimiento son los mismos que los objetos percibidos. Los
neorealistas sostuvieron que se tienen percepciones directas de los objetos
físicos o partes de los objetos físicos en vez de los estados mentales
personales de cada uno. Los realistas críticos adoptaron una posición
intermedia, manteniendo que aunque se perciben sólo
datos sensoriales, como los
colores y los sonidos, éstos representan objetos físicos sobre los cuales
aportan conocimiento.
Un
método para enfrentarse al problema de clarificar la relación entre el acto
de conocer y el objeto conocido fue elaborado por el filósofo alemán
Edmund Husserl.
Perfiló un
procedimiento elaborado, al que llamó
fenomenología,
por medio del cual se puede distinguir cómo son las cosas a partir de cómo uno
piensa que son en realidad, alcanzando así una comprensión más precisa de las
bases conceptuales del conocimiento.
Durante el segundo cuarto del siglo XX surgieron dos
escuelas de pensamiento, ambas deudoras del filósofo austriaco
Ludwig Wittgenstein.
Por una parte, la
escuela del empirismo o
positivismo lógico, tuvo su origen en Viena,
Austria, pero pronto se extendió por todo el mundo. Los empiristas lógicos
hicieron hincapié en que sólo hay una clase de conocimiento: el
conocimiento científico; que cualquier conocimiento válido tiene que ser
verificable en la experiencia; y, por lo tanto, que mucho de lo que había sido
dado por bueno por la filosofía no era ni verdadero ni falso, sino carente de
sentido. A la postre, siguiendo a Hume y a Kant, se tenía que establecer una
clara distinción entre enunciados analíticos y sintéticos. El llamado criterio
de verificabilidad del significado ha sufrido cambios como consecuencia de las
discusiones entre los propios empiristas lógicos, así como entre sus críticos,
pero no ha sido descartado.
La última de estas recientes escuelas de
pensamiento, englobadas en el campo del
análisis lingüístico (véase
Filosofía analítica)
o en la filosofía del
lenguaje corriente, parece romper con la
epistemología tradicional. Los analistas lingüísticos se han propuesto
estudiar el modo real en que se usan los términos epistemológicos claves
—términos como conocimiento, percepción y probabilidad— y
formular reglas definitivas para su uso con objeto de evitar confusiones
verbales. El filósofo británico
John Langshaw Austin
afirmó, por ejemplo, que decir que un enunciado es verdadero no añade nada al
enunciado excepto una promesa por parte del que habla o escrib e. Austin no
considera la verdad como una cualidad o
propiedad de los enunciados o elocuciones.
CONCLUSIÓN.:
Si la epistemología
- el estudio del conocimiento- constituye, por su propia
naturaleza, una de las partes esenciales de la filosofía, la creciente
importancia en
la ciencia y la consiguiente necesidad de dotarla de sólidos fundamentos
teóricos ha acrecentado aún más el
interés por la misma en el moderno pensamiento filosófico.
BIBLIOGRAFÍA.:
Enciclopedia Hispánica; 5: 402-404;
1994-1995.
Enciclopedia
Microsoft Encarta `97.
Gutiérrez Saenz, Raúl; Introducción
a la filosofía; Editorial Esfinge.
Hessen; Teoría del conocimiento;
Editorial Esfinge.
Fuente: www.monografias.com
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