martes, 29 de abril de 2014

UNCIÓN DE ENFERMOS, HISTORIA

SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS (HISTORIA)



  1. Significado de la Unción de los Enfermos
Aceite y unción (AT y NT)
En el Antiguo Testamento la unción se daba para separar a una persona para que realice un servicio especial que Dios le había encomendado; en particular era ungidos el Rey, el Sacerdote y el Profeta, en casos especiales también fueron ungidos los jueces y personas que Dios separaba para realizar tareas específicas.
También eran ungidos los utensilios del templo y sus diversas cosas en señal de consagración.
El sacramento de la Unción es el sacramento de la esperanza teologal, de la esperanza de entrar en la Gloria; de la entrega tranquila del espíritu en los brazos amorosos del Padre-Dios; en los brazos en los que Cristo entregó el suyo desde la Cruz. No de una esperanza que fija su meta en el bien físico de la salud corporal, sino de una esperanza teologal que tiene puesta la vista en la resurrección de ese cuerpo dolorido que ahora está ungido con el óleo, y en su destino final que es la Gloria.
No es un remedio terapéutico de la enfermedad del cuerpo, pero al infundirle fe y esperanza al enfermo, bien puede aliviarle suavizándole la enfermedad, haciéndola mucho más llevadera..., e incluso sanándola, si ello ha de redundar en bien del alma. (Esta doctrina está recogida en el Concilio de Trento, de acuerdo con la Tradición de la Iglesia)
En el sacramento de la Unción de los Enfermos se realizan dos gestos o signos que tienen un profundo sentido: la imposición de manos y la unción con aceite.
El mismo Jesús practicó el gesto de la imposición de manos sobre los enfermos (Mc 6,5; Mt 8,3; Lc 4,40) y lo encargó a sus discípulos (Mc 6,18), que lo practicaron habitualmente (Hch 9, 12.17; 28,8) Es un signo de la bendición que este sacramento confiere.
Respecto a la unción, los seguidores de Jesús, aún cuando estaban con él, ungieron a los enfermos (Mc 6,13) y el mismo Jesús utilizará otros símbolos como la saliva (Mc 7,32-33; 8,23; Jn 9,6) para devolver la salud. Esta unción con aceite simboliza la unción del Espíritu que conforta y auxilia en la enfermedad, identificando al cristiano con Jesucristo resucitado.
La Iglesia Apostólica tuvo un rito propio a favor de los enfermos, el gesto de la unción de los enfermos atestiguado por Santiago 5,14-15.
En la tradición bíblica el aceite es signo de alegría, de riqueza, de felicidad (Sal 23,5; 104,15; 133,2; Mi 6,15), pero también es considerado un alimento y una medicina capaz de resplandecer la salud o de aliviar los dolores (Is 1,6; Lc 10,34) y de dar fuerza. Precisamente por estas cualidades quien era ungido con aceite era capaz de llevar a cabo cosas extraordinarias, así Saúl (1 S 10,1-6), David (1 S 16,13; 2 S 23, 1-2) y también el Mesías (Is 61,1 = Lc 4,18). La unción es como el vehículo del Espíritu de Dios que reviste a las personas que el Señor ha escogido con la fuerza necesaria para corresponder a la vocación a la que él las llama.
La unción de la que habla Santiago es original en relación con el AT, no se identifica por completo con ninguna de ellas. Por ejemplo se extiende hasta la remisión de los pecados.
En el texto de Santiago es evidente el contexto de fe en que se realiza. La oración de fe, excluye toda concepción mágica de la eficacia del aceite. El resultado de la unción se atribuye a la oración. La unción con el óleo tiene una finalidad religiosa, es hecha en nombre del Señor. Unción en el NT significa: “mediante la fuerza del nombre del Señor que se invoca”, haciendo presente la acción salvadora del que curó a los enfermos y ahora está glorioso en el cielo. Más que por mandato o por voluntad instituyente de Cristo, es significando la presencia del Señor  que actualiza su salvación por la fuerza de la invocación  de su nombre. La salvación –efecto de la unción- de que habla el texto, interesa a todo el hombre, que pasa de la esfera de la muerte a la de la vida.
El texto de Santiago habla de una oración y de un rito, destinado a un enfermo grave, pero no a un moribundo. Se trata de un rito institucionalizado, desde el momento en que se llama a los presbíteros de la Iglesia. Tiene un carácter Eclesial y comunitario. La eficacia está unida a la oración de fe en el Señor Glorioso. Los efectos están indicados por los verbos “salvar” y “levantar”, que miran al hombre entero, no excluyendo la curación corporal, pero no se limitan solo a ella, y no la exigen necesariamente.
La tradición ha reconocido en este rito el sacramento de la unción de los enfermos. El texto de Santiago para ser comprendido en el sentido de sacramento de la unción, debe ser leído a la luz de la tradición viva de la Iglesia y no solo exegéticamente.
El sentido fundamental de este sacramento lo podemos concretar en estas afirmaciones:
   * A través del sacramento de la Unción, la Iglesia se dirige al Señor para pedir la salvación y el alivio de sus miembros enfermos, así como la fortaleza para aquellos que afrontan la debilidad de la vejez.
    * Por la Unción, el enfermo y el anciano se ven fortalecidos en su fe porque se hace patente la relación profunda que su situación guarda con la muerte y resurrección de Jesucristo.
    * Este sacramento perdona los pecados de aquel que lo recibe, haciendo presente la misericordia de Dios
    * La solidaridad y el servicio de la Iglesia para con sus enfermos y ancianos se concentran litúrgicamente en los gestos que se realizan en este sacramento.
Son receptores del sacramento:
    * Los fieles que por enfermedad grave o a causa de su avanzada edad se encuentran en peligro de muerte. El sacramento puede repetirse si el enfermo recupera de nuevo sus fuerzas después de recibir la Unción de los Enfermos o si durante la misma enfermedad se presenta una nueva recaída.
    * Los que vayan a someterse a una intervención quirúrgica como consecuencia de una enfermedad peligrosa.

Efectos de este Sacramento
    * Un don particular del Espíritu Santo. La primera gracia es de consuelo, paz y ánimo para vencer las dificultades propias de la enfermedad o la fragilidad de la vejez. Es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y fortalece contra las tentaciones del maligno, como el desaliento y la desesperación.
    * El perdón de los pecados. Pues se requiere además el arrepentimiento y confesión de la persona que recibe el sacramento.
    * La unión a la Pasión de Cristo. Se recibe la fuerza y el don para unirse con Cristo en su Pasión y alcanzar los frutos redentores del Salvador.
    * Una gracia eclesial. Los enfermos que reciben este sacramento, uniéndose libremente a la Pasión y Muerte de Jesús, contribuyen al bien del Pueblo de Dios y a su santificación.
    * Una preparación para el paso a la vida eterna. Este sacramento acaba por conformarnos con la muerte y resurrección de Cristo como el bautismo había comenzado a hacerlo. La Unción del Bautismo sella en nosotros la vida nueva, la de la Confirmación nos fortalece para el combate de la vida. Esta última unción, ofrece un escudo para defenderse de los últimos combates y entrar en la Casa del Padre. Se ofrece a los que están próximos a morir, junto con la Eucaristía como un "viático" para el último viaje del hombre.





  1. Historia de la liturgia de la unción de los enfermos
En la Iglesia Latina se distinguen cuatro periodos.
  1. Época apostólica y sub-apostólica a la época de la reforma Carolingia (finales del siglo VIII)
  2. Desde la época Carolingia hasta el concilio de Trento
  3. Desde Trento y ritual pos-Tridentino hasta las exigencias de renovación del C VII
  4. Época actual: Concilio V II y el pos-concilio
2.1.               Desde la época apostólica hasta la reforma carolingia
En este periodo solamente encontramos fórmulas de bendición del óleo y testimonios sobre su uso, pero no rituales propiamente dichos.
El primer documento la Tradición Apostólica, de principios del siglo III atribuida a Hipólito de Roma (+325). Antes de este documento los testimonios sobre la unción son muy escasos y poco seguros.
Después de haber citado la plegaría eucarística Hipólito añade: “si alguien ofrece óleo que (el obispo) dé gracias lo  mismo que para la oblación del Pan y del vino –que se exprese no en los mismos términos, sino en el mismo sentido- diciendo: al igual que santificando este óleo das, oh Dios, la santidad a los que son ungidos con él y lo reciben ( éste óleo) con el que ungiste a reyes, sacerdotes y profetas, que dé también fortaleza a quienes lo prueben (gustantibus) y salud a cuantos lo usen (utentibus)”.
No es claro que se trate de una bendición específica de un óleo para los enfermos, sino que se bendice óleo para todos los usos. En cuanto al uso la fórmula dice que el óleo puede ser “probado”, “usado” o “recibido”. El efecto firmado es la “fortaleza”  (confortationem) y la “salud” (sanitatem). No dice nada con respecto al ministro del óleo bendecido. Lleva consuelo y salud.
Los sacramentarios romanos Gelasianos (Gev) y Gregoriano (GrH), nos han transmitido la fórmula romana Emitte, cuya composición data por lo menos del siglo V. es una fórmula epiclética que invoca al Espíritu Santo sobre el aceite. Se invoca al Espíritu Santo de quien el óleo y la unción son signos. El modo de usar este óleo varía: unción (ungenti), bebida (gustanti), aplicación (tangenti). No se dice quien lo aplica, pareciera que fuera el mismo enfermo. El efecto es la curación de todo el mal del cuerpo y del espíritu.
Otros testimonios, la Carta de Inocencio 1 a Decencio, obispo de Gubbio, del 19 de marzo de 416: En la carta se subraya la importancia fundamental de la bendición del óleo por el obispo; se determina que el texto de Santiago debe entenderse como referido a los fieles enfermos (excluidos sin embargo los penitentes públicos, porque el óleo pertenece al "genus sacramenti") que pueden usar el óleo para sus necesidades personales (y, por lo tanto, no sólo los presbíteros).
Es asimismo interesante para la iglesia de la Galia la predicación de Cesáreo de Arlés (s. vi) que considera la unción en el contexto de la lucha cristiana contra los ritos mágicos paganos de curación, presentándola como el remedio más seguro y más fuerte, porque es el signo de Cristo, el principal y más fuerte antagonista de las fuerzas diabólicas. Es evidente que, aun desde una perspectiva de fe, el pensamiento de Cesáreo tiene el peligro de asumir un significado ambiguo, especialmente cuando debe subrayar que la unción produce sobre todo efectos corporales. Cesáreo habla también del perdón de los pecados, en particular de los que son causados por las prácticas paganas. La bendición del óleo está reservada a los presbíteros, pero los fieles pueden usarlo libremente.
La iglesia, al prolongar la acción de Cristo con los enfermos, valora el uso y la confianza de los pueblos mediterráneos en las virtudes curativas del aceite de oliva y bendice así el óleo que se usaba para los enfermos. Sin embargo, el acento se pone en la bendición del óleo (caracterizada por la solemne epíclesis), que los laicos pueden aplicar a los enfermos y que los fieles enfermos usarán en caso de enfermedad, en comunión con la iglesia; en Roma, a partir del s. vii, la bendición se pide solamente al obispo el jueves santo. Además, el texto de la carta de Santiago, sobre todo a partir de Inocencio I, se introduce en las oraciones litúrgicas para la bendición del óleo y se convertirá en la fuente inspiradora de los rituales que poco a poco se van formando en este momento. Finalmente, la relación eucaristía-unción es evidente: esta relación hará, al menos en la época pre-carolingia, que la unción no se interprete como un sucedáneo de la medicina, casi como una medicina cristiana, ni tampoco como una intervención milagrosa, sino como un recurso a la iglesia, signo de Cristo, salvador del hombre integral, al que debemos abrirnos en la fe.
De las diversas fórmulas de bendición del óleo contenidas en los sacramentarios, así como de los testimonios de  los autores eclesiásticos de los siglos V_VIII, podemos entresacar los elementos esenciales que caracterizan dicho periodo hasta la reforma carolingia:
  1. Disponemos –desde el siglo III- de fórmulas de bendición del óleo para los enfermos.
  2. El ministro de tal bendición es el Obispo, que la realiza durante la plegaría eucarística.
  3. El óleo consagrado por el Obispo recibe del Espíritu las virtudes sanadoras.
  4. De los escritores eclesiásticos surge la praxis de aplicación del óleo, es decir, la unción. La misma realizada no solo por los presbíteros sino también por los laicos.
  5. Los destinatarios son los enfermos, cualquiera sea su enfermedad, y no solo los enfermos graves, y menos sólo los moribundos.
  6. La curación corporal es el efecto principalmente invocado. Pero se mira siempre la salvación de todo el hombre: alma, espíritu y cuerpo. Al efecto espiritual y de perdón de los pecados se le da una importancia relativamente secundaria.
  7. No tenemos un ritual para la unción.

2.2.               Desde la reforma carolingia hasta el concilio de Trento
El periodo que va desde el siglo VIII- XII se caracteriza por una rica documentación en la praxis de la unción que muestran cambios importantes en la concepción y sentido, en la aplicación y celebración, en el ministro y en los sujetos de este sacramento.
En este periodo de la Iglesia Latina proliferan los rituales, tomando como base los textos gelasianos y gregorianos del tratamiento de los enfermos. La novedad de los rituales no consiste en la bendición, sino en los ritos de aplicación del óleo o administración del sacramento. Bendición y aplicación, constituyen el sacramento, pero la centralidad la adquiere la aplicación ritual.
El papel de los presbíteros. El clero asume cada vez más un papel determinante; además se le reserva la unción (a este propósito, piénsese en el significado y la importancia que tuvo, para la reforma carolingia[1], la reforma del clero[2], y en la unión cada vez más estrecha entre penitencia sacramental y unción, con el consiguiente incremento del papel determinante del sacerdote en el proceso penitencial y, por tanto, también en la administración de la unción).
Los efectos. Se ponen cada vez más de relieve los efectos espirituales de la unción (sin embargo, esto no significa que ya no se piense en el efecto corporal), vistos, sobre todo a partir del s. x, como purificación del mal: los sentidos se ungen no en cuanto, enfermos, sino en cuanto instrumentos del pecado. En efecto, la enfermedad, en este tiempo, se considera progresivamente como ocasión para la conversión de los pecados y como momento de reconciliación con Dios, que exige la intervención del ministerio sacerdotal: piénsese, por ejemplo, en los decretos del concilio Lateranense IV, que prescriben "quod infirmi prius provideant animae quam corpori" (COD, pp. 221s).
 La unción "ad mortem'. La evolución más importante y significativa proviene del deslizamiento generalizado del rito de la unción hacia el momento de la muerte, causado por la asociación de hecho de la unción con la penitencia ad mortem y con el viático. Esta praxis provoca el desarrollo de una teología de la unción que pone de manifiesto, de un modo cada vez más unilateral, la perspectiva de la unción ad mortem: así la unción, ritualmente unida a la penitencia ad mortem, aparecerá como la culminación del rito de la reconciliación (no por casualidad se transfiere a la unción la problemática penitencial de la repetibilidad, de los entredichos...). La praxis llega así a la denominada extrema unción, pero sin que la mayoría de los textos litúrgicos sufra en su contenido modificaciones similares a la evolución del rito hacia la muerte; en efecto, todavía hablan de alivio y de la vuelta del enfermo a las actividades de la vida normal.
Los rituales presentan la siguiente secuencia ritual: entrada en la casa, bendición del agua y aspersión de la misma, confesión y ritos de penitencia (salmos, oraciones), unciones y viático con sus oraciones correspondientes y una bendición del enfermo.
Entre el s IX y s XI los rituales vinculan cada vez más la unción con la reconciliación penitencial recibida a la hora de la muerte: la penitencia ad mortem. Dada la rigurosa disciplina penitencial los cristianos dejan la confesión hasta el momento en que se ven  ya en trance de morir y no  queda la menor esperanza de recuperar la salud.
Costumbre que se mantiene hasta el Concilio Vaticano II, no recibir la unción sino en el artículo de muerte y como complemento de la penitencia. De ahí que se hagan las unciones en los órganos de los sentidos considerados como instrumentos de pecado, acompañados de fórmulas deprecativas que piden el perdón de los pecados cometidos por ellos, se acentúan los efectos espirituales de la fortaleza espiritual y el perdón de los pecados y se va marginando el efecto corporal sanativo.
La unción viene a ser considerada como un sacramento de preparación a la  muerte y solamente a los moribundos.
A partir del s XIV comenzó a celebrarse la unción después del viático. La unción que ya había llegado a ser la última penitencia, fue comprendida entonces como el último de los sacramentos antes de la muerte. Llegó a ser más que nunca la “extremaunción”.

Los rituales latinos de la unción se clasifican en tres tipos: según la  manera como organizan la aplicación del óleo bendito (formula, numero y lugar de las unciones):
  1. Los rituales del primer tipo son los más antiguos (s VII). En ellos se emplea una o diversas fórmulas en indicativo, en el momento de la aplicación o unciones, cuyo número no es siempre el  mismo y cuyo lugar no se especifica.
  2. Los rituales del segundo tipo (s IX) acompañan cada unción con una fórmula propia, pero las unciones no se limitan todavía a los cinco sentidos, y las fórmulas suelen ser indicativas.
  3. Los rituales del tercer tipo (finales del s X) reducen casi siempre las unciones a los cinco sentidos, y a cada unción acompaña una fórmula deprecativa. Cada vez más estas fórmulas se asemejan a las de la absolución penitencial.
Hay que observar que casi siempre los rituales, prescriben además de las unciones, una imposición de manos, destacada por la unción que la acompaña.

. LOS SS. XII-XVI (LA REFLEXIÓN ESCOLÁSTICA). Elementos generales.

a) La estrecha relación entre unción y disciplina penitencial. Ya era una praxis. Está claro por esto la conexión con la disciplina penitencial y con el peligro de muerte como condición previa para recibir el sacramento. Visón teológica con perspectiva escatológica, conclusión de la vida cristiana comprendida como curación espiritual, y que engloba, en analogía con la sucesión de tres ritos de la iniciación cristiana, una sucesión paralela de tres ritos de una especie de iniciación escatológica: penitencia, viático y unción.
b) La interpretación de Abelardo relaciona, por una parte, la unción con el bautismo (unción bautismal), y por lo tanto con la idea de consagración; y, por la otra, con la penitencia, y por ende con la remisión de los pecados. La primera relación abre la perspectiva de la unción como complemento de la consagración bautismal, en el sentido de que la consagración bautismal inicia a la vida cristiana en su fase terrena; la unción, por el contrario, completa, es decir, pone fin a la vida cristiana, preparando al fiel para la vida futura y garantizando un especial fulgor al cuerpo en la resurrección. La unción, calificada ya como extrema unción, prepara al hombre para la visión divina. La segunda relación no hace otra cosa que explicitar la progresiva fisonomía penitencial que ya estaba asumiendo la unción.

c) Interpretación franciscana (Buenaventura, In IV Sent., 1. IV, a. 1, q. 1, y Duns Escoto, In IV Sent., 1. IV, d. 2; a. 2; d. 23; a. 1). Para Buenaventura el sujeto de la unción no es el enfermo, sino el moribundo, considerado como "venialmente pecador". La unción, pues, actúa sobre los pecados veniales, para purificar radicalmente al hombre en ese ámbito de pecados difícilmente vencibles durante la existencia terrena; además se convierte también en alivio del alma del moribundo, hasta redundar, de algún modo, en beneficio de la psicología y del cuerpo del moribundo. Duns Escoto considera la unción como el sacramento que perdona todas las culpas veniales con vistas a la entrada inmediata en la gloria; por esto solamente puede ser administrada en el último instante (en el que ya no se puede pecar más) o también cuando se ha perdido la conciencia.
d) A nivel de celebración. Litúrgicamente, la praxis se va orientando hacia un tipo único de ritual; en particular vale la pena recordar el contenido en el Pontifical Romano del s. xnl, que influyó ciertamente en la reflexión escolástica. Este tipo de ritual contiene, concentrados en sucesión continua, los ritos ad mortem. Pero será preciso llegar al s. xv para que se generalice, incluso ritualmente, la unción después del viático.

3.3.        Trento y el ritual postridentino
Los ss. xvi-xx.
a) El concilio de Trento: la unción se entiende como "consummativum" no sólo de la penitencia, sino de toda la vida cristiana considerada como una penitencia continua (= lucha continua contra el pecado). En segundo lugar, el concilio sitúa la unción dentro de la economía de los sacramentos, presentados como "remedios para la salvación" y poderosos instrumentos para la lucha cristiana; por eso la unción es la ayuda querida por Cristo (promulgado en el texto de Santiago) para la situación característica del "final de la vida". Finalmente se debe tener presente la pluralidad de efectos (espirituales y corporales) indicada por el concilio, y la importancia concedida a la necesidad del ministerio ordenado para la administración del sacramento (que debe comprenderse en el contexto de la necesidad de tomar posiciones contra la eclesiología protestante).
b) El ritual de Pablo V (1614). A pesar de las intenciones conciliares de volver, con la realización de la reforma de los libros litúrgicos, a la antigua tradición, también el ritual de la unción (título V del Rituale Romanum de 1614) consagra la fijación medieval en su evolución litúrgica, subrayando el tono penitencial y la conexión con la muerte, aunque algunos textos litúrgicos expresan los temas de la tradición antigua (la primera y la tercera de las oraciones finales del rito). Son ciertamente muy apreciables los principios pastorales contenidos en el título VI del Rituale, para la visita y el cuidado de los enfermos.
c) Los ss. xix-xx. Mientras que los siglos posteriores a Trento se mueven sustancialmente en la óptica tridentina, la discusión teológica relativa al sacramento se organiza en torno a dos grandes escuelas: la alemana (Scheeben, Schell, Kern, Schmaus, Rahner), que retorna la tradición teológica medieval, particularmente la interpretación abelardina de la unción como sacramento de la preparación para la muerte y del paso a la vida eterna; y la francesa ("Maison-Dieu", Botte, Ortemann, Sesboüé), que pretende recuperar la praxis y la teología subyacente de la unción de la iglesia antigua antes de las transformaciones de la época carolingia.


[1] Por r. c. se entiende el complejo de actividades que en los s. viii y ix desplegó, o por lo menos promovió la dinastía real carolingia para purificar de deficiencias y depravaciones a las instituciones eclesiásticas, a la vida interna de la Iglesia, a las costumbres del pueblo cristiano, y también al sector secular del corpus christianum, y para someterlos a la norma obligatoria de la fe cristiana, a la norma rectitudinis.
[2] La reforma fue iniciada por Bonifacio y Chrodegang de Metz, continuada por Carlo Magno, seguida por Ludovico. La reforma se orientó hacia la restauración de las agrupaciones diocesanas, que se habían deshecho bajo los merovingios, se planteó con tanta claridad como la de la subordinación del clero a los obispos.
A la reforma interna iban destinadas las prescripciones morales para el clero y para el pueblo. Respecto de los sacerdotes se urgió la prohibición de llevar armas y también la obligación del celibato. Respecto de los seglares, se insistió en la prohibición de prácticas paganas y en la observancia del derecho canónico relativo al matrimonio. Después de la muerte de Bonifacio, Chrodegang acometió con decisión los planes de reforma. Por primera vez se logró una clara división de los eclesiásticos en dos órdenes: clérigos (regla de canónigos) y monjes.
En la Legislación de Carlo Magno, la reforma fue una meta pragmática, alcanzar la rectitudo, que había de penetrar todas las esferas de la vida. Continuo la reforma inicada por Bonifacio: la renovación de los antiguos derechos de la Iglesia Diocesana, se profundizó en la clara división entre el clero secular y regular y se fomentó la homogeneidad de la vida eclesiástica las comunidades monásticas debían componerse de canónigos o canonesas, o bien de monjes o monjas. Para aquéllos debía fijarse como norma obligatoria la Vita Canonica basada en la regla de Chrodegang, y para éstos la Regula Sti. Benedicti (Asamblea imperial de Aquisgrán, 802). Reforma litúrgica y canónica.
Ludovico Pio, continúa con la reforma, en su tercera fase. Se creó la estructura de una Iglesia nacional y unitaria…