teniendo en cuentas los siguientes temas:
1. Reformas y modificaciones del Oficio Divino
2. Lo que concierne a la nueva ordenación de las
Horas y sus motivaciones
3. Naturaleza y espíritu de cada una de las Horas
4. Diversos componentes de la Liturgia de las
Horas
5. Valor esencial
de la Liturgia de las Horas
CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA
LAUDIS CANTICUM
DE SU SANTIDAD
PABLO VI
CON LA QUE SE PROMULGA EL OFICIO DIVINO
REFORMADO
POR MANDATO DEL CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II
Pablo Obispo
siervo de los siervos de Dios
para perpetua memoria
El cántico de alabanza de la Iglesia
El cántico de alabanza que resuena eternamente
en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este
destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia, con una
maravillosa variedad de formas.
La Liturgia de las Horas, complemento de la
Eucaristía
La Liturgia de las Horas se desarrolló poco a
poco hasta convertirse en oración de la Iglesia local, de modo que, en tiempos
y lugares establecidos, y bajo la presidencia del sacerdote, vino a ser como un
complemento necesario del acto perfecto de culto divino que es el sacrificio
eucarístico, el cual se extiende así y se difunde a todos los momentos de la
vida de los hombres.
Reformas y modificaciones del Oficio Divino
El libro del Oficio divino, incrementado
gradualmente por numerosas añadiduras en el correr de los tiempos, se convirtió
en instrumento apropiado para la acción sagrada a la que estaba destinado. Sin
embargo, toda vez que en las diversas épocas históricas se introdujeron
modificaciones notables en las celebraciones litúrgicas, entre las cuales hay
que enumerar los cambios efectuados en la celebración del Oficio divino, no
debe maravillarnos que el libro mismo, llamado en otro tiempo Breviario, fuera
adaptado a formas muy diversas, que afectaban a veces a puntos esenciales de su
estructura.
El Breviario de San Pío V
El Concilio Tridentino, por falta de tiempo,
no consiguió terminar la reforma del Breviario, y confió el encargo de ello a
la Sede Apostólica. El Breviario romano, promulgado por nuestro predecesor San
Pío V en 1568, reafirmó, sobre todo, de acuerdo con el común y ardiente deseo,
la uniformidad de la oración canónica, que había decaído en aquel tiempo en la
Iglesia latina.
En los siglos posteriores, fueron introducidas
diversas innovaciones por los sumos pontífices Sixto V, Clemente VIII, Urbano
VIII, Clemente XI y otros.
El Breviario de San Pío X
San Pío X, en el año 1911, hizo publicar un
nuevo Breviario, preparado a requerimiento suyo. Restablecida la antigua
costumbre de recitar cada semana los ciento cincuenta salmos, se renovó
totalmente la disposición del Salterio, se suprimió toda repetición y se
ofreció la posibilidad de cambiar el Salterio ferial y el ciclo de la lectura
bíblica correspondiente con los Oficios de los santos. Además, el Oficio
dominical fue valorizado y ampliado de modo que prevaleciera, la mayoría de las
veces, sobre las fiestas de los santos.
Las Reformas de Pío XII y Juan XXIII
Todo el trabajo de la reforma litúrgica fue reanudado,
por Pío XII. El concedió que la nueva versión del Salterio, preparada por el
pontificio Instituto bíblico, pudiera usarse tanto en la recitación privada
como en la pública; y, constituida en el año 1947 una comisión especial, le
encargó que estudiase el tema del Breviario. Sobre esta cuestión, a partir del
año 1955, fueron consultados los obispos de todo el mundo. Se comenzó a
disfrutar de los frutos de tan cuidadoso trabajo con el decreto sobre la
simplificación de las rúbricas, del 23 de marzo de 1955, y con las normas sobre
el Breviario que Juan XXIII publicó en el Código de rúbricas de 1960.
Las reformas del Vaticano II
Pero se había atendido así solamente a una
parte de la reforma litúrgica, y el mismo Sumo Pontífice Juan XXIII consideraba
que los grandes principios puestos como fundamento de la liturgia tenían
necesidad de un estudio más profundo. Por ello confió tal encargo al Concilio
Vaticano II, que, entonces, había sido convocado por él. Y así, el Concilio
trató de la liturgia en general y de la oración de las Horas en particular con
tanta abundancia y conocimiento de causa, con tanta piedad y competencia, que
difícilmente se podría encontrar algo semejante en toda la historia de la
Iglesia.
Durante el desarrollo del Concilio, fue ya nuestra
preocupación que, una vez promulgada la Constitución sobre la sagrada liturgia,
sus disposiciones fueran inmediatamente llevadas a la práctica.
Por este motivo, en el mismo "Consejo
para la puesta en práctica de la Constitución sobre la sagrada liturgia",
instituido por Nos, se creó un grupo especial, que ha trabajado durante siete
años con gran diligencia e interés en la preparación del nuevo libro de la
Liturgia de las Horas, sirviéndose de la aportación de los doctos y expertos en
materia litúrgica, teológica, espiritual y pastoral.
Aprobación de los principios y la estructura
de la obra
Después de haber consultado al episcopado
universal y a numerosos pastores de almas, a religiosos y laicos, el citado
Consejo, como igualmente el Sínodo de los Obispos, reunido en 1967, aprobaron
los principios y la estructura de toda la obra y de cada una de sus partes.
Es conveniente exponer ahora, de forma
detallada, lo que concierne a la nueva ordenación de la Liturgia de las Horas y
a sus motivaciones.
El Oficio divino es oración de clérigos,
religiosos y laicos
1. Como se pide en la constitución
Sacrosanctum Concilium, se han tenido en cuenta las condiciones en las que
actualmente se encuentran los sacerdotes comprometidos en el apostolado.
Toda vez que el Oficio es oración de todo el
pueblo de Dios, ha sido dispuesto y preparado de suerte que puedan participar
en él no solamente los clérigos, sino también los religiosos y los mismos
laicos. Introduciendo diversas formas de celebración, se ha querido dar una
respuesta a las exigencias específicas de personas de diverso orden y
condición: la oración puede adaptarse a las diversas comunidades que celebran
la Liturgia de las Horas, de acuerdo con su condición y vocación.
Santificación de la jornada
2. La Liturgia de las Horas es santificación
de la jornada; por tanto, el orden de la oración ha sido renovado de suerte que
las Horas canónicas puedan adaptarse más fácilmente a las diversas horas del
día, teniendo en cuenta las condiciones en las que se desarrolla la vida humana
de nuestra época.
Laudes y Vísperas, partes fundamentales.
Por esto, ha sido suprimida la Hora de Prima.
A las Laudes y a las Vísperas, como partes fundamentales de todo el Oficio, se
les ha dado la máxima importancia, ya que son, por su propia índole, la
verdadera oración de la mañana y de la tarde. El Oficio de lectura, si bien
conserva su nota característica de oración nocturna para aquellos que celebran
las vigilias, puede adaptarse a cualquier hora del día.
Oficio de lectura y Hora intermedia
En lo que concierne a las demás Horas, la Hora
intermedia se ha dispuesto de suerte que quien escoge una sola de las Horas de
Tercia, Sexta y Nona pueda adaptarla al momento del día en el que la celebra y
no omita parte alguna del Salterio distribuido en las diversas semanas.
Variedad de textos y ayudas para la meditación
de los Salmos
3. A fin de que, en la celebración del Oficio,
la mente esté de acuerdo más fácilmente con la voz, y la Liturgia de las Horas
sea verdaderamente «fuente de piedad y alimento para la oración personal» [1],
en el nuevo libro de las Horas la parte de oración fijada para cada día ha sido
reducida un tanto, mientras ha sido aumentada notablemente la variedad de los
textos, y se han introducido diversas ayudas para la meditación de los salmos:
tales son los títulos, las antífonas, las oraciones sálmicas, los momentos de
silencio que podrán introducirse oportunamente.
Salterio de la nueva Vulgata en cuatro semanas
4. Según las normas publicadas por el Concilio[2],
el Salterio, suprimido el ciclo semanal, queda distribuido en cuatro semanas, y
se adopta la nueva versión latina preparada por la comisión para la edición de
la nueva Vulgata de la Biblia, constituida por Nos. En esta nueva distribución
del Salterio han sido omitidos unos pocos salmos y algunos versículos que
contenían expresiones de cierta dureza, teniendo presentes las dificultades que
pueden encontrarse, principalmente en la celebración hecha en lengua vulgar. A
las Laudes de la mañana, para aumentar su riqueza espiritual, han sido añadidos
cánticos nuevos, tomados de los libros del Antiguo Testamento, mientras que
otros cánticos del Nuevo Testamento, como perlas preciosas, adornan la
celebración de las Vísperas.
Nueva ordenación de lecturas
5. El tesoro de la Palabra de Dios entra más
abundantemente en la nueva ordenación de las lecturas de la Sagrada Escritura,
ordenación que se ha dispuesto de manera que se corresponda con la de las
lecturas de la misa.
Las perícopas presentan en su conjunto una
cierta unidad temática, y han sido seleccionadas de modo que reproduzcan, a lo
largo del año, los momentos culminantes de la historia de la salvación.
Lecturas de Padres y de escritores
eclesiásticos
6. La lectura cotidiana de las obras de los
santos Padres y de los escritores eclesiásticos, dispuesta según los decretos
del Concilio ecuménico, presenta los mejores escritos de los autores
cristianos, en particular de los Padres de la Iglesia. Además, para ofrecer en
medida más abundante las riquezas espirituales de estos escritores, será
preparado otro leccionario facultativo, del que podrán obtenerse frutos más
copiosos.
Verdad histórica
7. De los textos de la Liturgia de las Horas
ha sido eliminado todo lo que no responde a la verdad histórica; igualmente,
las lecturas, especialmente las hagiográficas, han sido revisadas a fin de
exponer y colocar en su justa luz la fisonomía espiritual y el papel ejercido
por cada santo en la vida de la Iglesia.
Preces y Padrenuestro en Laudes y Vísperas
8. A las Laudes de la mañana han sido añadidas
unas preces, con las cuales se quiere consagrar la jornada y el comienzo del
trabajo cotidiano. En las Vísperas, se hace una breve oración de súplica,
estructurada como la oración universal.
Al término de las preces, ha sido restablecida
la oración dominical. De este modo, teniendo en cuenta el rezo que se hace de
ella en la misa, queda restablecido en nuestra época el uso de la Iglesia
antigua de recitar esta oración tres veces al día.
Renovada, pues, y restaurada totalmente la
oración de la santa Iglesia, según la antiquísima tradición y habida cuenta de
las necesidades de nuestra época, es verdaderamente deseable que la Liturgia de
las Horas penetre, anime y oriente profundamente toda la oración cristiana, se
convierta en su expresión y alimente con eficacia la vida espiritual del pueblo
de Dios.
Oración sin interrupción
Por esto, confiamos mucho en que se despierte
la conciencia de aquella oración que debe realizarse «sin interrupción» [3],
tal como nuestro Señor Jesucristo ha ordenado a su Iglesia. De hecho, el libro
de la Liturgia de las Horas, dividido por tiempos apropiados, está destinado a
sostenerla continuamente y ayudarla. La misma celebración, especialmente cuando
una comunidad se reúne por este motivo, manifiesta la verdadera naturaleza de
la Iglesia en oración, y aparece como su señal maravillosa.
Oración de toda la familia humana
La oración cristiana es, ante todo, oración de
toda la familia humana, que en Cristo se asocia [4]. En esta plegaria participa
cada uno, pero es propia de todo el cuerpo; por ello expresa la voz de la amada
Esposa de Cristo, los deseos y votos de todo el pueblo cristiano, las súplicas
y peticiones por las necesidades de todos los hombres.
Oración de Cristo y de la Iglesia
Esta oración recibe su unidad del corazón de
Cristo. Quiso, en efecto, nuestro Redentor «que la vida iniciada en el cuerpo
mortal, con sus oraciones y su sacrificio, continuase durante los siglos en su
cuerpo místico, que es la Iglesia» [5]; de donde se sigue que la oración de la
Iglesia es «oración que Cristo, unido a su cuerpo, eleva al Padre» [6]. Es
necesario, pues, que, mientras celebramos el Oficio, reconozcamos en Cristo
nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros [7].
Conocimiento de la Escritura
A fin de que brille más claramente esta
característica de nuestra oración, es necesario que florezca de nuevo en todos
«aquel suave y vivo conocimiento de la Sagrada Escrituran» [8] que respira la
Liturgia de las Horas, de suerte que la Sagrada Escritura se convierta
realmente en la fuente principal de toda la oración cristiana. Sobre todo la
oración de los salmos, que sigue de cerca y proclama la acción de Dios en la
historia de la salvación, debe ser tomada con renovado amor por el pueblo de
Dios, lo que se realizará más fácilmente si se promueve con diligencia entre el
clero un conocimiento más profundo de los salmos, según el sentido con que se
cantan en la sagrada liturgia, y si se hace partícipe de ello a todos los
fieles con una catequesis oportuna. La lectura más abundante de la Sagrada
Escritura, no sólo en la misa, sino también en la nueva Liturgia de las Horas,
hará, ciertamente, que la historia de la salvación se conmemore sin
interrupción y se anuncie eficazmente su continuación en la vida de los
hombres.
Relación entre la oración de la Iglesia y la
oración personal
Puesto que la vida de Cristo en su Cuerpo
Místico perfecciona y eleva también la vida propia o personal de todo fiel,
debe rechazarse cualquier oposición entre la oración de la Iglesia y la oración
personal; e incluso deben ser reforzadas e incrementadas sus mutuas relaciones.
La meditación debe encontrar un alimento continuo en las lecturas, en los
salmos y en las demás partes de la Liturgia de las Horas. El mismo rezo del
Oficio debe adaptarse, en la medida de lo posible, a las necesidades de una
oración viva y personal, por el hecho, previsto en la Ordenación general, que
deben escogerse tiempos, modos y formas de celebración que responden mejor a
las situaciones espirituales de los que oran. Cuando la oración del Oficio se
convierte en verdadera oración personal, entonces se manifiestan mejor los
lazos que unen entre sí a la liturgia y a toda la vida cristiana. La vida
entera de los fieles, durante cada una de las horas del día y de la noche,
constituye como una leitourgia, mediante la cual ellos se ofrecen en servicio
de amor a Dios y a los hombres, adhiriéndose a la acción de Cristo, que con su
vida entre nosotros y el ofrecimiento de sí mismo ha santificado la vida de
todos los hombres.
La Liturgia de las Horas expresa con claridad
y confirma con eficacia esta profunda verdad inherente a la vida cristiana. Por
esto, el rezo de las Horas es propuesto a todos los fíeles, incluso a aquellos
que legalmente no están obligados a él.
Aquellos, sin embargo, que han recibido de la
Iglesia el mandato de celebrar la Liturgia de las Horas deben seguir todos los
días escrupulosamente el curso de la plegaria haciéndolo coincidir, en la
medida de lo posible, con el tiempo verdadero de cada una de las horas; den la
debida importancia, en primer lugar, a las Laudes de la mañana y a las
Vísperas.
Al celebrar el Oficio Divino, aquellos que por
el orden sagrado recibido están destinados a ser de forma particular la señal
de Cristo sacerdote, y aquellos que con los votos de la profesión religiosa se
han consagrado al servicio de Dios y de la Iglesia de manera especial, no se
sientan obligados únicamente por una ley a observar, sino, más bien, por la
reconocida e intrínseca importancia de la oración y de su utilidad pastoral y
ascética. Es muy deseable que la oración pública de la Iglesia brote de una
general renovación espiritual y de la comprobada necesidad intrínseca de todo
el cuerpo de la Iglesia, la cual, a semejanza de su cabeza, no puede ser
presentada sino como Iglesia en oración.
Por medio del nuevo libro de la Liturgia de
las Horas, que ahora, en virtud de nuestra autoridad apostólica, establecemos,
aprobamos y promulgamos, resuene cada vez más espléndida y hermosa la alabanza
divina en la Iglesia de nuestro tiempo; que esta alabanza se una a la que los
santos y los ángeles hacen sonar en las moradas celestiales y, aumentando su
perfección en los días de este destierro terreno, se aproxime cada vez más a
aquella alabanza plena que eternamente se tributa «al que se sienta en el trono
y al Cordero» [9].
Normas para su utilización y edición
Establecemos, pues, que este nuevo libro de la
Liturgia de las Horas pueda ser empleado inmediatamente después de su
publicación. Correrá a cargo de las Conferencias Episcopales hacer preparar las
ediciones en las lenguas nacionales y, tras la aprobación o confirmación de la
Santa Sede, fijar el día en que las versiones puedan o deban comenzar a
utilizarse, tanto en su totalidad como parcialmente. Desde el día en que será
obligatorio utilizar estas versiones para las celebraciones en lengua vulgar,
incluso aquellos que continúen utilizando la lengua latina deberán servirse
únicamente del texto renovado de la Liturgia de las Horas.
Aquellos que, por su edad avanzada u otros
motivos particulares, encontrasen graves dificultades en el empleo del nuevo
rito, con el permiso del propio Ordinario, y solamente en el rezo individual,
podrán conservar en todo o en parte el uso del anterior Breviario romano.
Queremos, además, que cuanto hemos establecido
y prescrito tenga fuerza y eficacia ahora y en el futuro, sin que obsten, si
fuere el caso, las constituciones y ordenaciones apostólicas emanadas de
nuestros predecesores, o cualquier otra prescripción, incluso digna de especial
mención y derogación.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 1 de
noviembre, solemnidad de Todos los santos, del año 1970, octavo de nuestro
pontificado.
PABLO PP. VI
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NOTAS
[1] Concilio Vaticano II, Constitución
Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 90
[2] Concilio Vaticano II, Constitución
Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 91
[3] Cf. Lc 18, 1; 21, 36; 1T 5, 17; Ef 6, 18.
[4] Cf. Concilio Vaticano II. Constitución
Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 83.
[5] Pío XII, Encíclica Mediator Dei, 20 de
noviembre de 1947, n. 2: AAS 39 (1947), p. 522
[6] Concilio Vaticano II, Constitución
Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 84
[7] Cf. S. Agustín, Comentarios sobre los
salmos, 85, 1
[8] Concilio Vaticano II, Constitución
Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 24
[9] Cf. Ap. 5,13
IV. NATURALEZA Y ESPÍRITU DE CADA UNA DE LAS
HORAS
El carácter horario de la LH se destaca no
sólo por el hecho de que cada uno de los oficios está escalonado a lo largo del
día, sino también por el contenido temático referido a las horas o a los
misterios de la salvación vinculados históricamente a ellas.
1. LAUDES
Las laudes son una oración estrechamente
vinculada, por tradición, ordenamiento explícito de la iglesia y contenido
contextual, con el tiempo que cierra la noche y abre el día. Es la voz de la
esposa, la iglesia, que se levanta para "cantar la alborada al
esposo".
La tradición histórica más avisada, al acuñar
el nombre de laudes matutinas, oración de la mañana, pero sobre todo al
colocarlas cronológicamente en el momento de la aurora, ha querido caracterizar
este oficio inequívocamente como oración mañanera. La instrucción sobre la LH
dice: "Las laudes matutinas están dirigidas y ordenadas a santificar la
mañana, como salta a la vista en muchos de sus elementos" (OGLH 38).
Efectivamente, muchas fórmulas de las laudes se refieren a la mañana, a la
aurora, a la luz, a la salida del sol, al comienzo de la jornada. Se puede comprobar
en los himnos ordinarios, en muchos salmos, antífonas, versículos,
responsorios, invocaciones, oraciones y en el cántico Benedictus.
Las laudes matutinas evocan la resurrección de
Cristo, que se produjo al alba. Cantan a Cristo, sol naciente, luz que ilumina
al mundo y que viene a "visitarnos de lo alto" y a guiarnos en todas
las actividades de la jornada y en la peregrinación diurna.
Las laudes recuerdan también la creación
(mañana del cosmos) y el mandato que Dios dio al hombre de dominar el mundo junto
con la orden de plasmar, con su actividad libre e inteligente, la historia
(mañana o génesis de la humanidad).
Las laudes son un sacrificium laudas también
porque son un ofrecimiento de primicias, dedicación a Dios Padre de la jornada
de trabajo, propósito de seguir una ruta precisa (la señalada por el
evangelio), voluntad de comerciar con el talento precioso del tiempo.
A la oración de laudes hay que reconocerle una
acción sacramental, en el sentido de que constituye una súplica de toda la
iglesia para pedir aquellos auxilios divinos que están en estrecha relación con
su fin de santificación horaria y su función conmemorativa de los misterios de
salvación.
El espíritu característico de las laudes hay
que tenerlo siempre presente para darse cuenta de que, si se cambia su
colocación horaria precisa, se desfigura su fisonomía característica y se
lesiona su sacramentalidad específica. La observación natural vale también para
las vísperas, las demás horas diurnas y las completas.
2. VISPERAS
Las vísperas están íntimamente unidas a la
tarde, que es al mismo tiempo conclusión del día y comienzo de la noche. En la
división antigua, en uso entre los romanos, la vigilia vespertina (es decir, la
tarde) era la primera de las cuatro partes de la noche: tarde, medianoche,
canto del gallo, mañana. Llamaban Véspero también al astro luminoso de la tarde
(Venus), que empieza a hacerse visible cuando caen las sombras.
"Se celebran las vísperas por la tarde,
cuando ya declina el día, en acción de gracias por cuanto se nos ha otorgado en
la jornada y por cuanto hemos logrado realizar con acierto" (OGLH 39).
La iglesia, al final de una jornada, pide
también perdón a Dios por las manchas que pueden haber quitado blancura a su
vestido inmaculado a causa de los pecados de sus hijos (cf oraciones
vespertinas del lunes y jueves de la tercera semana).
La oración de las vísperas conmemora el
misterio de la cena del Señor (celebrado por la tarde) y recuerda la muerte de
Cristo, con la que cerró su jornada terrena (OGLH 39). Las vísperas expresan la
espera de la bienaventurada esperanza y de la llegada definitiva del reino de
Dios, que se producirá al final del día cósmico. Tienen, por tanto, un sentido
escatológico referido a la última venida de Cristo, que nos traerá la gracia de
la luz eterna (OGLH 39).
Las vísperas son el símbolo de los obreros de
la viña eclesial, los cuales al final de su jornada se encuentran con el Amo
divino para recibir el don liberal de su amor, más que la recompensa debida al
trabajo (Mt 20,1-16). La iglesia, que ha sido
acompañada por Cristo en su camino de la jornada, llegada a la última
hora, le dice: "Quédate con nosotros porque es tarde" (Lc 24,29; cf
oración de vísperas del lunes de la cuarta semana).
Estos y otros significados se pueden
documentar a partir de las oraciones y de otras fórmulas, y deberían impedir
que se hiciera de este oficio un acto de culto de la primera parte de la tarde
en el espacio de la hora de nona.
3. OFICIO DE LECTURAS
El margen muy amplio dado a las lecturas
bíblicas y a autores eclesiásticos caracteriza a este oficio como tiempo de
escucha de Dios que habla, momento de meditación sobre las realidades reveladas
por él, de contemplación de la historia salvífica y, en particular, del
misterio de Cristo. Crea el ámbito espiritual favorable para la atención a la
voz de la iglesia, que se hace anunciadora, maestra y guía espiritual. Pero la
escucha que caracteriza a este oficio no debe hacer olvidar la nota general de
toda la LH, la de la alabanza, que se pone de relieve sobre todo en el himno y
en los salmos. Más aún, las lecturas mismas entran en este clima, porque
estimulan, alimentan y revigorizan la celebración de la alabanza mediante la
evocación de las maravillas realizadas por Dios. La iglesia y el orante
continúan la glorificación del Altísimo admirando su sabiduría en lo que ha
dicho y su poder en lo que ha hecho, entonando himnos a su amor, porque una y
otra cosa se han obrado para la salvación del hombre.
El oficio de lecturas es el heredero dedos
antiguos nocturnos, pero libre de su primitivo condicionamiento horario. Sin
embargo, siempre que se pueda y se quiera, puede recobrar el aspecto
tradicional. Entonces se deberá decir de noche (a partir del ocaso del día
precedente, después de vísperas, hasta la mañana temprano antes de laudes), con
una serie de himnos nocturnos. Si no, se puede colocar en cualquier hora del
día (OGLH 58-59).
4. TERCIA, SEXTA, NONA U HORA INTERMEDIA
El Vaticano II no ha suprimido las horas de
tercia, sexta y nona, antes bien las aconseja también a aquellos que no están
obligados a ellas por ley particular (OGLH 76). Ofrece, sin embargo, la
posibilidad de celebrar sólo una, adoptando la que más cuadre con el momento
escogido. Este oficio, gracias a la estructura de que se hablará, puede asumir
tres colocaciones y tres funcionalidades diversas, manteniendo el mismo núcleo
salmódico. Se llama hora intermedia porque ocupa un lugar intermedio entre
laudes y vísperas (OGLH 76-78).
La tradición ha puesto las tres horas en
relación con las tres personas divinas, con la triple oración de Daniel, de los
hebreos, de los apóstoles y de los primeros cristianos. Sin embargo, tienen
también un significado particular en relación con la historia de la salvación
(OGLH 75).
Tercia recuerda principalmente la venida del
Espíritu, Santo y la crucifixión de Cristo. Sexta evoca la oración de Pedro en
casa del curtidor, la agonía de Cristo y su ascensión al cielo. Nona trae a la
memoria la oración de Pedro y Juan en el templo, la curación del tullido, la
sacudida de la tierra recordada por los evangelios y la muerte de Cristo.
5. COMPLETAS
Es la oración que se dice antes del descanso
nocturno, aunque éste comience después de medianoche. Toda ella respira
confianza en Dios. Tiene también un sentido penitencial. En efecto, al comienzo
se pide perdón por todas las faltas de la jornada.
Como Simeón, al final de su jornada terrena
expresó la alegría y la gratitud a Dios por haber encontrado a Cristo, luz de
salvación, así la iglesia es feliz por alabar a Dios a causa de los encuentros
con Cristo y su experiencia de redención tenidos a lo largo del curso del
día.
V. ESTRUCTURA ACTUAL DE LA LITURGIA DE LAS
HORAS
El oficio divino, fruto de la reforma del
Vaticano II, se presenta completamente reelaborado, y une los distintos
componentes en un cuadro repensado con criterios más funcionales en orden a la
celebración comunitaria y a la participación interior.
1. INVITATORIO
Por lo regular, el oficio viene introducido
por el invitatorio. Está constituido éste por una antífona, variable según los
tiempos y los días, y por el Sal 94 (intercambiable con el 999; 66; 23); y se
recita al comienzo, es decir, antes del oficio de lectura o de las laudes,
después del versículo: "Señor, ábreme los labios y mi boca proclamará tu
alabanza". El solista enuncia la antífona y ejecuta las estrofas del salmo
con el Gloria final. El coro repite la antífona y la intercala (OGLH 34; cf
Ordinario de la LH). Si el invitatorio hubiera de preceder a las laudes, se
puede omitir eventualmente (OGLH 35) para no oscurecer el carácter inaugural
del himno (cf OGLH 42), al menos en esta hora, que con mayor frecuencia se
celebra con el pueblo y se canta. En, este caso se comienza con: "Dios
mío, ven en mi auxilio..., Gloria", himno. El invitatorio preanuncia la
orientación de alabanza y fiesta de todo el oficio ("Venid, aclamemos al
Señor”, pero hace también un llamamiento a las disposiciones interiores
necesarias para la escucha de la palabra de Dios ("Ojalá escuchéis hoy su
voz”).
2. LAUDES Y VÍSPERAS
Después del versículo introductorio, el himno
especifica y crea el clima de la celebración, realizando una íntima fusión de
los corazones si se trata de celebración comunitaria, y en todo caso estimulando
y orientando a los orantes a la glorificación de Dios en el contexto del día
litúrgico (OGLH 42; 173; 268). En laudes, el primer salmo generalmente es
matutino o está en particular relación con la hora matutina. Sigue un cántico
del AT y un salmo de alabanza (OGLH 43). Los criterios de elección de los dos
salmos (o partes) de vísperas son: el carácter lucernario, el tema de la
esperanza en Dios, la acción de gracias, la petición de perdón, reflexiones
sapienciales, el sentido escatológico u otros conceptos de este tipo, naturales
a la conciencia cristiana en este momento de cierre de la jornada. En efecto,
es entonces cuando vienen a la mente los beneficios divinos y las infidelidades
humanas, cuando aflora el sentido de la precariedad de las cosas y el
pensamiento corre al futuro ocaso de la propia vida terrestre y de la historia.
La salmodia de vísperas se concluye con el
cántico del NT, que es eminentemente de alabanza y una apoteosis de la obra de
Dios Padre en Cristo.
"La lectura breve... inculca con
intensidad algún pensamiento sagrado y... ayuda a poner de relieve determinadas
palabras, a las que posiblemente no se presta toda la atención en la lectura
continua de la Sagrada Escritura" (OGLH 45).
El responsorio breve que sigue es una respuesta
de la asamblea y de cada uno a la palabra de Dios (OGLH 49).
El Benedictus en laudes y el Magnificat en
vísperas son cánticos evangélicos que expresan la alabanza y la acción de
gracias por la redención (OGLH 50).
Las invocaciones de laudes quieren encomendar
al Señor el día y el trabajo (OGLH 51; 181); las preces de vísperas piden por
las diversas intenciones de la humanidad, de la iglesia, de la nación y de
todas las demás categorías de personas (OGLH 51; 180; 182-183). La última
intención de vísperas es siempre por los difuntos (OGLH 186).
En el rezo en común, el sacerdote o el
ministro u otro encargado pronuncia la invitación que precede a las
invocaciones de laudes y a las preces de vísperas, sugiriendo también la
respuesta, que es repetida inmediatamente por la asamblea. La enunciación por
parte del ministro y la repetición por parte de la asamblea de la frase
escrita en cursiva evitan el achatamiento de estas fórmulas y respetan el
género literario propio de la introducción. Las preces pueden recitarse de
varias maneras: el que dirige recita las dos partes, y el coro repite la
respuesta enunciada al principio; el que dirige propone la primera parte, y el
coro responde con la segunda; el que dirige ejecuta ambas partes, y el coro ora
un instante en silencio (OGLH 190-193). Se recomienda añadir intenciones
libres, con tal que estén bien preparadas y sean concisas (OGLH 188). Es un
modo de hacer más actual y más participada esta oración.
El padrenuestro, llamado "compendio de
todo el evangelio", es la culminación de la celebración; y, precisamente
para no disminuir este carácter, la oración enlaza inmediatamente con él como
si se tratara de un embolismo, sin la invitación de costumbre:
"Oremos" (OGLH 5253; 194; 197). La fórmula de despedida o, si
preside un sacerdote o un diácono, la bendición concluye la celebración (OGLH
54; 256; 258).
3. OFICIO DE LECTURAS
Después de la introducción, constituida por el
invitatorio, o después del versículo inicial ("Dios mío, ven en mi
auxilio..., Gloria”), sigue el himno y la salmodia. Está compuesta casi siempre
de tres fragmentos de salmos, escogidos según el sistema del psalterium
currens, es decir, en orden numérico. Sin embargo, se omiten algunos salmos
usados. en otras horas; otros se colocan en el lugar requerido por motivaciones
diversas; por ejemplo, en atención al domingo, al viernes, al sábado, o también
para evitar que confluyan en el mismo oficio salmos demasiado largos.
Después del versículo, que constituye el paso
entre la salmodia y la lectura, se leen dos fragmentos: uno, bíblico; el otro,
de un padre de la iglesia o escritor eclesiástico o de carácter hagiográfico.
Los dos responsorios repiten el contenido de las dos páginas, con el que están
enlazados. Se concluye con la oración del día y, al menos en el rezo en común,
con la aclamación: "Bendigamos al Señor Demos gracias a Dios" (OGLH
69).
4. TERCIA, SEXTA, NONA U HORA INTERMEDIA
El que dice una sola de las tres horas diurnas
usa la salmodia de la hora intermedia, es decir, una de las veintiocho
secciones del salterio situadas en el ciclo salmódico de cuatro semanas. En
efecto, se prevé para las tres una sola e idéntica sección diaria del salterio;
corriente, que luego va acompañada de himnos, antífonas, lecturas breves, versículos,
oraciones correspondientes a tercia, a sexta o a nona, según el momento:
mañana, mitad del día, después de mediodía. Por tanto, estas partes son
apropiadas a cada una de las tres horas, y en consecuencia forman tres grupos
diversos.
En tercia, sexta y nona de las ferias,
domingos y memorias ordinarias todos los salmos o sus partes tienen antífonas
temáticamente relacionadas con ellos. Por el contrario, en las fiestas,
solemnidades y tiempos fuertes cada hora tiene una sola antífona, antífona que
suele estar relacionada con la fiesta o el período litúrgico.
Las memorias no tienen nada propio en las
horas menores, salvo casos excepcionales (OGLH 236).
El primer salmo de la hora intermedia (si se
exceptúan los domingos, las solemnidades y el viernes de la tercera semana) es
siempre una de las veintidós estrofas del Sal 118, distribuidas en otros tantos
días e integradas, para el primer lunes, con el Sal 18B. El Sal 118 y también
el 18B cantan la belleza de la ley de Dios y la sabiduría de quien la observa.
La reiteración frecuente de este motivo es bastante útil para que el cristiano
oriente su jornada: por eso la tradición utilizaba el largo salmo de la ley en
las horas diurnas (cf OGLH 132).
El domigno de las semanas primera y tercera
tenemos el Sal 117, que la LH, siguiendo la tradición, refiere al Mesías,
piedra desechada por los constructores y convertida en piedra angular (v. 22).
El v. 26 es también mesiánico: "Bendito el que viene en nombre del
Señor". El v. 24 lo refiere la liturgia al domingo: "Éste es el día
en que actuó el Señor".
El domingo de las semanas segunda y cuarta
tenemos el Sal 22, aplicado a Cristo buen pastor, y el Sal 75, considerado como
el canto de la victoria escatológica de Cristo, conseguida por su muerte y
resurrección. Como se ve, la salmodia dominical de la hora intermedia tiene un
claro corte pascual. El viernes se encuentra el clásico salmo de pasión, el 21.
Los demás salmos siguen el criterio del orden numérico cuando no lo impiden
razones de equilibrio cuantitativo.
En las solemnidades que no caen en domingo,
los salmos son los graduales (119-121; 122-124; 125-127) o bien especiales,
como en navidad, en epifanía y en la ascensión.
Quien debe o quiere añadir a la hora
intermedia también las otras dos, recurre a la salmodia complementaria, formada
por un esquema fijo de salmos graduales, divididos en los tres grupos indicados
arriba, con antífonas propias (OGLH 81-83).
La hora menor diurna se cierra, al menos en la
celebración comunitaria, con la aclamación: "Bendigamos al Señor Demos
gracias a Dios" (OGLH 79).
5. COMPLETAS
Después del versículo introductorio, común a
otras horas, viene el acto penitencial, es decir, el examen de conciencia, que
puede estar precedido o seguido por fórmulas apropiadas, tal vez según el
modelo de las de la misa. Antes de acabar la jornada de trabajo se pide perdón
a Dios por las faltas eventuales. Así han hecho siempre los fieles dotados de
cierta sensibilidad religiosa. En los monasterios se convirtió en una costumbre
institucionalizada y acogida por las diversas reglas.
La edición castellana de la LH propone un
himno para cada día de la semana, menos después de las segundas vísperas del
domingo y de las solemnidades, en que trae dos a libre elección. El contenido de
los himnos es el específico de completas: la petición confiada para obtener la
protección divina durante el reposo nocturno.
Los salmos han sido escogidos o por la alusión
a la noche, o bien, y preferentemente, porque expresan el abandono confiado en
las manos de Dios y la invocación de su bendición.
A los cuatro salmos (4; 30,2-6; 90; 133) que
rezó cada día la iglesia romana durante más de doce siglos (hasta san Pío X,
que interrumpió la tradición), se añaden otros cinco (85; 142; 129; 15; 87),
necesarios para completar el ciclo semanal, teniendo en cuenta que en dos días
se encuentra un par de ellos.
Los siete pasajes bíblicos que forman la
lectura breve de cada día prolongan la línea de la esperanza, pero estimulan
también el amor de Dios y del prójimo. El responsorio está formado con las
palabras del Sal 30,6 dichas por Jesús en la cruz: "En tus manos
encomiendo mi espíritu". Tienen también una resonancia particular en el
corazón del cristiano, que se abandona confiada y totalmente a Dios.
El cántico de Simeón, pronunciado por él en el
atardecer de su vida, se convierte en el canto del cristiano al final de su
jornada entregada a la actividad.
Las oraciones de completas son siete, una para
cada oficio, más la fórmula "Visita" para las solemnidades
extradominicales. Ven el descanso nocturno en función de un servicio a Dios más
diligente y comprometido. En este contexto también la fórmula final: "El
Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una muerte santa", es
profundamente cristiana, porque considera la recuperación normal de las
energías en orden al trabajo y al buen combate por el reino de Dios. Es la
perspectiva del Apóstol (1 Cor 10,31). El sueño y el despertar del cristiano
son además símbolos de la solidaridad mística con Cristo muerto, sepultado y
resucitado (oración del viernes).
La LH, según una piadosa tradición,
atestiguada ya al menos desde los siglos XII-XIII, se cierra con un saludo a la
Virgen, la Madre celestial, que velará el sueño de sus hijos. Por eso se recita
o se canta la Salve Regina u otro canto mariano previsto por el ordinario.
VI. LOS DIVERSOS COMPONENTES DE LA LITURGIA DE
LAS HORAS
La LH se compone de salmos (con títulos,
antífonas, oraciones sálmicas), cánticos bíblicos, lecturas bíblicas, patrísticas,
de otros autores eclesiásticos (con didascalías propias), responsorios, himnos,
preces y oraciones. Se prevén también espacios de silencio meditativo.
1. SALMOS Y CÁNTICOS
Puesto que este Diccionario estudia en otro
lugar el aspecto bíblico-exegético de los salmos, bastarán aquí algunas
indicaciones más estrechamente vinculadas con su función en la LH. Los salmos
constituyen la verdadera médula de la LH, a la que confieren la nota
característica de alabanza divina profundamente impregnada de lirismo
religioso. Aunque los expresó una cultura históricamente bastante lejana de
nosotros, son apropiados para transformar en coloquio con Dios los
sentimientos, las emociones y las situaciones connaturales del hombre de todos
los tiempos: el dolor, la alegría, el miedo, la confianza, la petición, la
acción de gracias. Reflejan la condición del hombre ante la enfermedad, la
muerte, la persecución, los peligros, las humillaciones, el bien y el mal.
Reflejan asimismo las más íntimas e irreprimibles aspiraciones del corazón
humano. Sin embargo, la iglesia privilegia a los salmos no tanto por su carga
humana, aunque es fuerte y vibrante, sino sobre todo porque están inspirados,
en orden a la oración, por el Espíritu Santo, los usaron Cristo mismo y los
apóstoles, y la tradición cristiana los ha considerado como voz de Cristo (o de
la iglesia unida a él) al Padre, o bien voz de la iglesia al esposo, voz del
Padre sobre Cristo o, en todo caso, siempre como canto divino sobre las
realidades más vitales de la salvación. Esta perspectiva confirma que la
oración con los salmos es de actualidad en todos los tiempos entre todos los
fieles y en todas las situaciones. Cada uno de los orantes o cada una de las
asambleas son ministros de la oración de la iglesia y de Cristo, llamados a
manifestar no sólo sus problemas existenciales del momento, sino sobre todo a
hacerse eco del alma de Cristo y de la iglesia en el encuentro con Dios Padre
en el Espíritu. El hombre no se salva exteriorizándose a sí mismo y su mundo,
sino entrando en comunicación con Cristo salvador a través de la iglesia. En
efecto, la vida del cristiano, por definición, consiste en solidarizarse lo más
posible con Cristo. Entonces es cuando el hombre se personaliza en cuanto
cristiano. Por consiguiente, la oración de los salmos no será nunca
despersonalizada y separada, porque con ella se asume y se hace propia la
personalidad de Cristo y de la iglesia. Por otra parte, Cristo se ha revestido
de la existencia humana con todas sus connotaciones, salvo el pecado; por eso
el que reza con verdadera participación interior los salmos, aun sintiéndose
llamado a identificarse completamente con Cristo y con la iglesia, al mismo
tiempo se sentirá valorado al máximo en la propia esfera personal humana y
religiosa.
No hay que ignorar ciertamente las
dificultades, a veces incluso grandes, para llegar a esta perfecta armonía
entre lo personal y lo objetivo en los salmos; pero el hecho de que escuadrones
de orantes de todas las generaciones y también de las nuestras los hayan
encontrado plenamente satisfactorios es prueba de que con el ejercicio, las
disposiciones interiores y las meditaciones se puede llegar a ello (cf OGLH
100-109).
La LH valoriza todos los salmos, excepto los
considerados por algunos más marcadamente imprecatoríos (57; 82; 108, y cierto
número de versículos de unos cuantos más), y esto en consideración a las
dificultades psicológicas de algunas categorías de personas (OGLH 131), no
ciertamente por una carencia intrínseca de los salmos mismos.
La LH sitúa otros salmos en los tiempos
fuertes (adviento, tiempo de navidad, cuaresma, tiempo pascual) porque los
califica como históricos (77; 104; 105); y por tanto, por sus referencias a las
peripecias más determinantes del pueblo elegido tomadas como tipo de las del
NT, empalman mejor con los períodos litúrgicos más marcadamente conmemorativos
(OGLH 130). Por eso no fue aceptada la valoración de que estos salmos no son
adecuados para la oración. Al contrario, lo son por un título especial. Sin
embargo, hay que reconocer que fue precisamente esa valoración, expresada
erróneamente por algunos, la que condujo a la solución que hemos recordado.
En el salterio litúrgico están también
entrelazados con los salmos treinta y cinco cánticos bíblicos, de los que
veintiséis son del AT y nueve del NT, a los que hay que añadir los tres
evangélicos. Otros cánticos del AT se utilizan en las vigilias alargadas o
celebraciones de vigilias, destinadas a prolongar el oficio de lecturas para
los contemplativos u otros que lo deseen (OGLH 73).
Los salmos y los cánticos están acompañados de
antífonas, que proporcionan generalmente su clave interpretativa litúrgica. Se
tienen también los dos títulos, el primero de los cuales evoca más bien el
contexto bíblico, y el otro la perspectiva más propiamente litúrgica. La
reforma ha previsto también las oraciones sálmicas.
Los salmos y los cánticos, sin excepción
alguna, son composiciones líricas destinadas al canto, y sólo con éste pueden
desplegar plenamente las peculiaridades propias de su género literario (OGLH
103; 269; 277). Para los cánticos, esta observación relativa al canto podría
ser menos evidente, en especial para los neotestamentarios; pero no hay duda de
que en el espíritu de la reforma su elección estuvo determinada por su contenido
lírico y, precisamente por eso, con vistas al canto. Hay que tener presente que
quien ha inspirado los salmos como pieza de canto ha inspirado también su
naturaleza cantable. Más aún, san Juan Crisóstomo dice incluso que el Espíritu
Santo es autor de su melodía, y que Dios mismo es su cantor. Esto vale por
analogía también para los cánticos.
2. LECTURAS
La LH contiene un ciclo anual de pasajes
bíblicos en el oficio de lecturas. Son los insertos en la edición de la LH en
cuatro volúmenes. Sin embargo, el proyecto de la comisión apuntaba al ciclo
bienal, destinado ahora a un quinto volumen, en el que debería figurar también
una serie correspondiente de lecturas patrísticas o de escritores
eclesiásticos. Las dos series de lecturas tendrían también naturalmente los
responsorios apropiados.
Aparte de las lecturas largas hay que
considerar las breves de una o más semanas para laudes, vísperas, tercia,
sexta, nona y el grupo ya recordado de completas. Así en la LH, teniendo en
cuenta el ciclo bienal, se leería todo el NT y del AT más del 38 por 100. Del
evangelio, sin embargo, se leen sólo algunos pasajes en las celebraciones de
vigilia o vigilias alargadas (OGLH 73). De este modo, junto con la misa y las
demás acciones litúrgicas, casi toda la Escritura reaparece cíclicamente en la
liturgia.
El oficio de lecturas contiene unas
seiscientas páginas escogidas de padres o de escritores eclesiásticos. Una
parte de ellas son las destinadas para las celebraciones de los santos. La
elección se ha extendido a todos los períodos de la historia, excluyendo sólo
los autores vivos no papas, y ha acudido a muchas culturas. Ofrece, por tanto,
un panorama altamente representativo no sólo en la calidad, sino también desde
el punto de vista cronológico y geográfico. Se prevé también un leccionario
facultativo según las diversas naciones (OGLH 162).
Los tres géneros de lecturas contenidos en la
LH (patrístico, pospatrístico y hagiográfico), especialmente en la selección
cuidadosa y autorizada presentada por la iglesia, adquieren, aunque sea en
grado diferente, un significado típico o programático de carácter teológico,
pero también eucológico.
Las lecturas bíblicas están ordenadas de tal
modo que forman un gran cuadro de la historia salvífica, cuadro que la iglesia pretende
poner ante los ojos de los fieles en el año litúrgico. Con ello se propone
ayudarles a entrar cada vez más profundamente en el misterio de Cristo para
hacer que disfruten de sus beneficios. Para la iglesia, la palabra de Dios,
ahora tan abundante en la LH, no debe ser sólo luz y escuela de sabiduría
divina, sino también ocasión propicia para la verificación o examen de la vida,
alimento para la contemplación que ensalza los mirabilia Dei, y por tanto
oración. Debe intensificar la potencia de elevación a Dios inherente en alguna
medida a todos los demás textos del oficio divino, para verse a su vez
favorecida e iluminada por ellos en orden a una acción más eficaz (cf OGLH
140).
La literatura eclesiástica contenida en la LH
tiene una notable fuerza para formar en el sensus ecclesiae más auténtico; para
educar, si no precisamente en una exégesis sistemática y científica, sí en la
genuina inteligencia espiritual y en el amor a la Sagrada Escritura; para hacer
entrever sus infinitos aspectos posibles y sus tesoros inagotables; para
mostrar el valor inestimable de la tradición eclesiástica y para poner en
contacto, al menos hasta cierto punto, con el patrimonio de los grandes
testimonios y de las más variadas experiencias relativas a la revelación cristiana
(OGLH 163-165).
La literatura hagiográfica inserta en la LH
aspira sobre todo a favorecer el verdadero provecho espiritual del lector,
poniendo generalmente de manifiesto los rasgos de la espiritualidad de los
santos que más aceptación tienen entre las actuales generaciones y mostrando su
importancia para la vida y la piedad de la iglesia (OGLH 167). También las
lecturas no bíblicas de la LH, al promover una comunión más viva con Dios,
hacen más sentida la necesidad de la oración y hasta se insertan como elemento
tonificante en su circuito.
3. RESPONSORIOS
El responsorio es como un apéndice de las
lecturas, la resonancia y la prolongación conceptual del mismo. Es un recurso
estético, pero se coloca más particularmente en la esfera mística en cuanto
expresa el eco suscitado en el alma por la palabra de Dios o por otra realidad
espiritual que la atañe. A veces aclara el sentido de la lectura bíblica o la
coloca en el contexto general de la historia salvífica, releyendo sus hechos
veterotestamentarios en perspectiva cristiana (OGLH 169).
El responsorio de la segunda lectura es sobre
todo una ayuda para la reflexión, un subrayado de algún concepto importante,
una actualización o una personalización de alguna temática, la expresión de
alguna emoción suscitada (cf OGLH 170).
Los responsorios de laudes, vísperas y
completas generalmente no tienen un vínculo temático puntual con las líneas
leídas.
Las lecturas breves de tercera, sexta y nona
van seguidas simplemente por un verso y por una respuesta. Es como un versículo
responsorial enlazado temática o estructuralmente con el pequeño lema bíblico
que precede.
En el rezo sin canto se pueden evitar las
repeticiones del responsorio (= R) (OGLH 171). Los responsorios de laudes y
vísperas pueden sustituirse por cantos idóneos aprobados por las conferencias
episcopales, o por un instante de silencio (OGLH 49).
4. HIMNOS
En relación con la composición de los salmos y
de los cánticos bíblicos, también el himno representa una creación lírica
destinada a la alabanza divina y al canto. Sin embargo, a diferencia de los
primeros, expresa con cierta libertad el genio cultural y el gusto, entendido
en sentido justo, de la generación presente y de la asamblea celebrante. Es,
por tanto, uno de los elementos poéticos de la LH que, lejos de ser intangible
e inmutable, puede abrirse a las legítimas formas expresivas del tiempo que se
vive. El himno tiene también la finalidad de conferir una mayor explicitación y
una concreción más fuerte al motivo dominante de la hora litúrgica, de la
fiesta o del tiempo celebrativo anual (OGLH 173). En la edición latina se
encuentra un cuerpo de himnos notables por su arte y contenido, aunque esto no
se da en todos los casos. Generalmente, los antiguos aparecen con el ropaje literario
precedente a los retoques o refundiciones ordenados por Urbano VIII
(1623-1644). El despojo excesivo del ropaje literario humanístico urbaniano lo
han considerado muchos como un empobrecimiento estético, extraño a las
verdaderas miras del Vat. II (cf SC 93).
En la edición castellana se han incluido
doscientos cuarenta himnos. A pesar de este elevado número, el himno se
encuentra, en la actualidad, todavía en las lenguas vernáculas en un estado
embrionario. Es muy difícil, por no decir imposible, improvisar en pocos años
una antología himnódica que sustituya decorosamente la riquísima selección
hímnica latina que han acumulado los siglos. Los himnos en castellano se pueden
catalogar en ocho grupos, que responden a criterios y caminos que se han seguido
para la selección: 1) los traducidos literalmente del latín; 2) los que
conservan buena parte del texto original latino; 3) recreaciones libres de
himnos latinos; 4) himnos originales en castellano expresamente compuestos para
la LH; 5) traducciones de himnos modernos escritos en otras lenguas; 6) tomados
de la antología castellana de todos los tiempos; 7) textos de cantos muy
queridos del pueblo; 8) poemas introductorios a la oración. El himno responde
perfectamente a su función, que es la de crear un intenso clima de oración
comunitaria e introducir desde el principio a la asamblea en la onda sugestiva
y festiva de la alabanza divina (OGLH 42). También el que ora en privado
recibirá un impulso fuerte y benéfico.
5. INVOCACIONES; INTERCESIONES Y ORACIONES
El conjunto de estas fórmulas de laudes y
vísperas se ha juzgado justamente como la parte verdadera y totalmente nueva de
la LH. Se trata de unos docientos formularios distribuidos en los diferentes
tiempos litúrgicos, en las fiestas y en el ciclo del salterio. Estos textos se
han programado para ofrecer un momento rico y muy variado a la oración
petitoria. Sin embargo, para que no constituya un duplicado del género del que
se usa en la misa, se ha escogido una forma literaria y un estilo diverso en
cuanto que, salvo en la introducción, son enteramente palabras dirigidas a
Dios, admiten una respuesta variable y se pueden ejecutar con modalidades
diferentes. Además, no tienen la conclusión sacerdotal, porque se cierran con
el padrenuestro y la oración (cf OGLH 180).
La serie de las oraciones para el oficio de la
lectura (siempre), de laudes, de vísperas (en los tiempos fuertes, en las
solemnidades, fiestas y memorias) y de las horas menores diurnas (sólo en las
solemnidades y fiestas, así como en los tiempos fuertes) están constituidas por
las colectas del Misal. Hay, sin embargo, otras setenta oraciones
aproximadamente, por lo general de nueva composición, que se encuentran sólo en
laudes, en vísperas (en las ferias ordinarias), en tercia, sexta, nona (en las
ferias ordinarias y en las memorias) y en completas.
Este grupo de oraciones, características del
oficio divino, tiene la función de destacar la idea específica de la hora
litúrgica.
Hay que dar también mucho peso al
padrenuestro, la oración dictada por Jesús. Representa la culminación de toda
la estructura de laudes y vísperas y, con el rezo que se tiene en la misa,
cumple la triple repetición diaria solemne (OGLH 195) de que hablaba la Didajé
(c. 8).
6. SILENCIO
En toda asamblea, incluso la más numerosa y
compacta, el orante individual sigue siendo el soporte indispensable de toda la
acción; el actor concreto, vivo, consciente; el beneficiario más directo e
inmediato. Los valores de la celebración no se pueden realizar sin la aportación
del individuo. De ahí la necesidad de que todo componente de la comunidad
personalice al máximo todo lo que realiza haciendo concordar, cuando ora, la
mente con la voz, y cuando obra, el corazón con lo que realiza (OGLH 19).
El silencio, llamado "sagrado" por
el concilio (SC 30), es un espacio sumamente precioso para la interiorización
contemplativa. Los momentos de silencio quieren favorecer mayormente la
resonancia del Espíritu Santo en los corazones y promover una más estrecha
unión interior con la palabra de Dios y la voz pública de la iglesia (OGLH
202).
En la celebración comunitaria, los espacios de
silencio deben intercalarse con prudencia, de modo que no creen inadmisibles
fracturas en partes que deben permanecer unidas. Se aconsejan después de cada
salmo, nada más repetirse la antífona; después de las lecturas, tanto breves
como largas; antes o después del responsorio (OGLH 202). "Cuando la
recitación haya de ser hecha por uno solo, se concede una mayor libertad para
hacer una pausa en la meditación de alguna fórmula que suscite sentimientos
espirituales, sin que por eso el oficio pierda su carácter público" (OGLH
203); carácter que, por el contrario, quedaría comprometido con intervenciones
subjetivas indebidas en la celebración comunitaria.
VII. CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA DE LAS HORAS
Celebración del oficio divino es sobre todo la
realizada por una asamblea litúrgica, legítimamente convocada y que actúa bajo
la presidencia de un ministro ordenado, con la participación de otros ministros
y con una ejecución orgánica y articulada, de forma que sea auténtica expresión
sensible de la iglesia, comunidad de culto (OGLH 20).
La celebración más cualificada es la que se
realiza con la participación plena y activa del pueblo bajo la presidencia del
propio obispo, acompañado por los presbíteros y por los ministros. En ella está
verdaderamente presente la iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica
(SC 41; OGLH 20; 254). Si el que preside la celebración fuese el papa, rodeado
de muchos obispos, presbíteros y otros ministros con la participación numerosa
y activa del pueblo, brillaría todavía con más claridad el signo de la iglesia
universal; pero, obviamente, esto no puede suceder más que de tarde en tarde,
mientras que en las iglesias locales podría ser diaria o poco menos la asamblea
presidida por el obispo o por un representante suyo con la intervención activa
del clero y del pueblo, aunque limitado a grupos restringidos.
Un puesto eminente tiene la celebración de la
comunidad parroquial presidida por el párroco, que hace las veces del obispo.
También ella representa en cierto modo a la iglesia visible establecida por
toda la tierra (OGLH 21). La iglesia orante que celebra la LH está presente
también en las asambleas de los canónigos, de los sacerdotes, de los monjes y
de los religiosos; pero lo está en modo notable también en la de los laicos, e
incluso en las celebraciones de familia (OGLH 21-27).
Las formas de celebración deben estar en
conexión y coherencia con el tipo de asamblea que celebra, de modo que la
manifestación de la iglesia entera se produzca con verdad y autenticidad.
El principio fundamental de la celebración es
que cada uno permanezca en perfecta armonía con el propio cometido según la
naturaleza del rito, del propio ministerio y de todas las normas litúrgicas,
sin usurpaciones, abdicaciones y autoseparaciones de la comunión eclesiástica;
es decir: que cada uno haga todo y sólo lo que le corresponde, de acuerdo con
quien ha sido puesto por Dios para dirigirla iglesia (SC 28; OGLH 253). Una
celebración arbitraria es una liturgia falsa.
El que preside es siempre en cierto modo
símbolo visible de Cristo, verdadero presidente de cualquier asamblea
litúrgica. Si es obispo, sacerdote o diácono, es el más cualificado para
representar a Cristo, en cuanto que participa, mediante la ordenación
(sacerdotal) y en un grado superior, de su sacerdocio. Por eso, en principio,
sería bueno que fueran ministros ordenados los que presidieran la LH. En su
ausencia, también un laico puede presidir; pero lo hace como uno entre iguales,
y no puede hacerlo desde el presbiterio (OGLH 258).
Al presidente le corresponde entonar el
versículo introductorio y el padrenuestro, recitar la oración final y, si es
sacerdote o diácono, dirigir el saludo a la asamblea y dar la bendición (OGLH
256).
Las demás partes han de distribuirse entre
salmistas, cantores, lectores (OGLH 259-260), monitor, maestro de ceremonias y
otros ministros, en analogía con otras acciones litúrgicas (cf OGLH 254; 257; 261).
Tomarán las posiciones y las posturas más adecuadas.
Las invocaciones y las intercesiones, si no
las enuncia el presidente, puede hacerlo otra persona (OGLH 257).
El canto es la manera que mejor cuadra a la
celebración, especialmente por lo que se refiere a los himnos, los salmos y los
cánticos con las respectivas antífonas y responsorios (OGLH 103; 260; 269;
277). El canto no es sólo un elemento de solemnidad, sino un importante factor
de cohesión de los corazones y de las voces; además potencia el carácter
comunitario de la alabanza (OGLH 268-270). El canto, sabiamente unido con otras
formas, sirve también para poner de relieve los géneros diversos de los
componentes del oficio, y por tanto hace entrar mejor en el espíritu de cada
una de las partes (OGLH 269; 273).
En la celebración solemne, realizada en la
iglesia, los ministros ocupan su puesto en el presbiterio, llevando los
ornamentos oportunos, a saber: el sacerdote o el diácono pueden revestirse de
estola sobre el alba; quien lleva vestido talar, sobre la sobrepelliz; el
primero, también la capa pluvial (OGLH 255). Los demás ministros se revestirán
de la forma apropiada.
Si se usa el incensario, mientras se ejecuta
el cántico evangélico se inciensa el altar, al sacerdote y al pueblo (OGLH 261).
Hay que cuidar también la postura de la
asamblea: de pie, en la introducción del oficio, en el cántico evangélico con
la antífona correspondiente, en las invocaciones e intercesiones, en el
padrenuestro y en la oración conclusiva con la bendición y la despedida (OGLH
263). En la salmodia en España (según una costumbre difundida) se está
sentados, salvo usos particulares (cf OGLH 265).
Entre los gestos que hay que hacer se
encuentran la señal de santiguarse en el versículo inicial y al comienzo de los
tres cánticos evangélicos. En la fórmula "Señor, ábreme los labios"
se hace la señal de la cruz sobre los labios (OGLH 266).
Las posturas y los gestos son una prueba de la
capacidad de la asamblea de expresar la unidad, la compostura, el espíritu comunitario
y la participación interior en la acción litúrgica.
VIII. VALOR ESENCIAL DE LA LITURGIA DE LAS
HORAS
EN LA VIDA DE LA IGLESIA
Se quiere ahondar aquí en las razones que
hacen de la LH la oración clásica de los cristianos; es decir, se tratará de
identificar mejor sus valores, a fin de determinar la relación existente entre
el oficio divino y la misión de la iglesia.
1. MÁXIMA REALIZACIÓN DE LA IGLESIA, COMUNIDAD
ORANTE
La iglesia es comunidad orante; más aún, es
una comunidad que no puede vivir sin una oración continua, y por tanto es
siempre orante (const. apost. Laudis canticum 8; OGLH 910). La oración
pública, que parecería prerrogativa de la asamblea limitada únicamente al acto
de la celebración, es, por el contrario, nota identificadora estable de toda la
iglesia. Ésta no es una idea abstracta, sino real y concreta; no sólo porque
comprende todas las iglesias locales y todas las asambleas de culto, aunque sin
ser el simple resultado de su suma, sino sobre todo porque es una entidad
presente y orante en cada comunidad eclesial y en cada reunión litúrgica por
una especie de ubicuidad y omnipresencia, al menos por lo que concierne a su
ámbito (cf CD 11; SC 41; OGLH 20; 21-27). No es tanto la asamblea celebrante la
que totaliza, por su virtud y naturaleza, a toda la comunidad planetaria cuanto
la iglesia universal la que, en Cristo y en el Espíritu Santo, se hace viva y
operante en todas las entidades eclesiales, aun pequeñas, y también en las
personas, sirviéndose de ellas como de instrumentos para su ser y su obrar. Sin
embargo, si bien cada oración, hecha por cualquier cristiano individual o
cualquier grupo, es asumida en cierto modo como propia por la iglesia, sólo la
LH expresa plenamente a toda la iglesia orante como tal y su permanencia
constante en la oración, y sólo ella tiene la fuerza de realizarla en la forma
más connatural y congenial en las personas y en los lugares.
Si la eucaristía es el ejercicio más eminente
de la dignidad sacerdotal de la iglesia, si los sacramentos son la actuación
principal del aspecto sacramental de la iglesia, la LH es el ejercicio y la
actuación más alta de la misión de orante perenne encomendada por Cristo a su
iglesia (cf SC 83; OGLH 10; 13). Es verdad que toda la liturgia es oración, y en
primerísimo lugar la eucaristía, y luego los sacramentos; y oración son
asimismo todos los ejercicios piadosos y toda devoción popular, y por tanto la
iglesia es orante en toda esta esfera de piedad religiosa. Pero si se dirige la
atención a la oración en cuanto horaria y destinada por institución y propósito
a consagrar todo el tiempo, entonces sólo la LH ha de considerarse la expresión
más típica y característica de la comunidad, en cuanto alabadora perenne de
Dios. Y es esta oración la que la iglesia considera suya por título especial,
es decir, en cuanto cuerpo místico total de Cristo (cf SC 26). A este respecto
hay que recordar de nuevo la tradición milenaria, la universalidad y la
continuidad, que han de considerarse en su conjunto.
Ninguna oración horaria es más tradicional en
la iglesia que el oficio divino. Ninguna oración horaria se practica en mayor
medida, aunque sea en estructuras diversas, por costumbre o por ley, entre el
clero, entre los religiosos y entre muchos laicos en todos los ritos de
Occidente y de Oriente y también entre las confesiones protestantes. Además, en
el panorama planetario, considerando los diversos husos horarios, se realiza
efectivamente una cierta rotación y continuidad entre las asambleas y las
personas que en los diferentes puntos de la tierra celebran el oficio divino.
Estos hechos, de suyo extrínsecos, dan mayor
relieve a la naturaleza de la iglesia, que es la de ser no sólo comunidad
orante, sino establemente orante y orante por doquier (SC 83; OGLH 7; 10; 13;
15), que precisamente en virtud de la LH se hace viva como tal en cada asamblea
o persona que la celebra.
La laus perennis de la iglesia, establecida
con la LH, se convierte en anticipación de la alabanza eterna más allá de la
parusía. Así la LH, con su carácter horario, pone de manifiesto también otro
aspecto específico de la iglesia, el escatológico. La liturgia, en su
materialidad sacramental y en su eficacia regeneradora, cesará en el paraíso,
pero la alabanza perenne de Dios será la eterna tarea gozosa de la asamblea
celeste. La LH corre por este riel de glorificación continua que, sublimada y
transfigurada, no cesará nunca. Por eso la LH actúa a la iglesia en su alabanza
perenne y universal sobre la tierra y anticipa la iglesia estable y eternamente
alabante del cielo, manteniéndose ya ahora unida a la alabanza divina de los
bienaventurados (cf LG 50; OGLH 15-16).
2. ACTO DE CRISTO, SACERDOTE CELESTIAL
Cristo está siempre presente en toda verdadera
oración, pero lo está sobre todo en la oración litúrgica de la iglesia, en la
cual y con la cual también él suplica y entona salmos (SC 7; OGLH 13). Entonces
es cuando se verifica por título supremo su función de orante sumo de la
comunidad universal.
Durante su vida terrena, Cristo fue sacerdote
también por su oración de alabanza a Dios y de súplica por los hombres. El
continúa ahora su tarea en el cielo (Heb 7,25; OGLH 4). Pero esta su forma
orante de sacerdocio encuentra el ejercicio más cualificado en la oración
litúrgica de la iglesia (SC 7), la cual es prolongación y actuación del
sacerdocio único del fundador (SC 83; OGLH 13).
La LH tiene un carácter anamnético respecto a
la vida de oración hecha por Jesús. También esta última forma parte de las
acciones de Cristo que la liturgia conmemora y representa para que los fieles,
poniéndose en comunión con ellas, obtengan su salvación (OGLH 12).
3. ORACIÓN VITALIZADA POR EL ESPÍRITU SANTO
No puede haber oración cristiana sin la acción
del Espíritu Santo (OGLH 8). En particular, la LH no podría tener como sujeto
operante a la iglesia entera si el Espíritu Santo no uniese a todos los
miembros entre sí o no los compaginase con la cabeza, Cristo (OGLH 8). Es el
Espíritu el que hace vivir a este cuerpo con su presencia: es el alma de toda
su actividad salvífica, y particularmente de la oración. El Espíritu Santo
establece la unión perfecta entre la oración de la iglesia y la de Cristo, y es
él quien hace que fluya en el corazón de la iglesia la alabanza trinitaria que
resonaba desde toda la eternidad en el cielo y que Cristo trajo a la tierra
(OGLH 3). Es él quien hace presente y viva a toda la iglesia orante en las
asambleas y personas que celebran la LH. El Espíritu Santo, informando con su
ser la oración de la iglesia, la hace grata al Padre.
Los textos principales de la LH, como los
salmos y las lecturas bíblicas, los ha inspirado el Espíritu Santo. Por eso la
LH es principalmente oración dictada por él a nuestra ignorancia y debilidad
(OGLH 100). Por lo demás, el que reza la LH lo hace con la asistencia y la
moción del Espíritu Santo (OGLH 102). Todas las formas de acción del Espíritu,
por lo que se refiere a la oración, tienen un grado eminente en la LH por la
presencia eminente de Cristo, dador del Espíritu (OGLH 13).
4. PARTICIPACIÓN EN LA ALABANZA MUTUA DE LAS
PERSONAS DIVINAS
La oración cristiana tiene un origen
trinitario porque es el himno que resuena eternamente en el ámbito de las tres
personas divinas, traído por el Verbo a la tierra cuando se hizo hombre.
Entonces, de pura alabanza que era, pasó a ser también adoración, propiciación,
intercesión (SC 83; OGLH 3). Sin embargo, en ninguna oración estamos asociados
a Cristo cantor de este himno trinitario como en la LH, al ser ésta la oración
por excelencia de su cuerpo, de su esposa, de su pueblo (SC 83; OGLH 15-16).
La salmodia de la iglesia es llamada
"hija de aquella himnodia que resuena incesantemente ante el trono de Dios
y del Cordero".
5. FUERZA DE COHESIÓN EN EL CUERPO MÍSTICO
La LH es la única oración que tiene un
equivalente, sustancialmente semejante, en todas las confesiones cristianas.
Todas las iglesias orientales tienen su oficio divino, con denominaciones y
estructuras propias ciertamente, pero organizado casi siempre con la salmodia,
los textos bíblicos, oraciones tradicionales y, sobre todo, siguiendo el
carácter horario de santificación de las horas. Los hermanos separados de
Occidente, aun no aceptando toda la doctrina sobre la eucaristía, los
sacramentos y los sacramentales de la iglesia romana y rechazando en general
gran parte de sus ejercicios piadosos, tienen un oficio divino vinculado en
diferente medida al oficio divino de la tradición antigua común. Según esto, en
el plano de la alabanza eclesial a Dios se encuentra cierta unidad, nunca rota,
que es obra del Espíritu Santo, principio unificante (LG 7; 13). Esta función
aglutinante es todavía más íntima y profunda porque el Espíritu Santo es el
mismo principio dinámico que vivifica toda oración (OGLH 8), pero
particularmente la del oficio divino celebrado en las diferentes comunidades
divididas. Las reúne a todas, incluso a las que no tienen la eucaristía y la
totalidad de los sacramentos, en una comunión de oración y de beneficios
espirituales (cf LG 15). Es sobre todo en el oficio divino, después de la
eucaristía, donde el Espíritu Santo hace madurar en la súplica a Dios la
consecución de la fusión perfecta de todos en el único cuerpo de Cristo.
6. REALIZACIÓN DEL HOMBRE
La cultura moderna hace del hombre el polo
gravitacional del universo; pero luego lo esclaviza de diversas formas cuando
lo aparta de Dios, mientras que en realidad sólo en comunión con él puede
mantenerse como centro y cima de todo. La LH garantiza el privilegio del hombre
porque lo inserta, en cuanto bautizado, en el coro eclesial de alabanza divina,
lo asocia vitalmente a Cristo y al Espíritu Santo, y por tanto, lo pone en el
plano de la eterna alabanza trinitaria. El hombre que celebra la LH se libra de
todo género de soledad, porque siente en torno a sí a todos los miembros de la
iglesia terrestre y también a los elegidos del cielo. Se siente potenciado al
máximo en su petición de elevación de sí y de todos sus semejantes, y encuentra
en la oración, como comunión con Dios, uno de los medios más válidos de la
propia realización perfecta.
7. SANTIFICACIÓN CÓSMICA
La LH, en cuanto oración esencialmente
horaria, consagra todo el tiempo (SC 84; 88; OGLH 10). Pero ¿qué son el tiempo
y las horas sino las realidades cósmicas en su duración, en el sucederse
imperceptible de los instantes fugitivos de su existencia y de su curso, a los
que el hombre, con criterios diversos, trata de imponer una medida? El tiempo
no tiene una sustancia: según Aristóteles y santo Tomás, es la medida de ese
devenir cósmico según un antes y un después que afecta a toda criatura, y al
que sólo el eterno se sustrae. Por eso la LH santifica el mundo en su
despliegue. Lo santifica, no exorcizándolo de algo inmundo, como si hubiera
sido creado intrínsecamente malvado, sino haciendo tomar conciencia al hombre
del verdadero fin del mismo y haciéndole acoger en la fe, en la caridad y en la
esperanza la relación existente entre todo el universo creatural y la vida, por
un lado, y la obra de la Trinidad, el misterio de Cristo redentor y la iglesia
que obra en la tierra, por el otro. La LH destaca y recuerda, en clave de
adoración y de alabanza, la conexión conmemorativa que media entre las horas y
las obras del Salvador y, al insertar a los seres infrarracionales en la esfera
de la salvación cristiana, contribuye a su liberación y a su participación en
la gloria de los hijos de Dios (Rom 8,19-21).
En la LH resalta grandemente la dignidad del
hombre como sacerdote de lo creado, es decir, mediador de alabanza entre las
cosas creadas y Dios. Así, la LH, a través del orante, se convierte en un
gigantesco cántico de las criaturas que bendicen a su creador.
IX. LA LITURGIA DE LAS HORAS, FACTOR DE
SANTIFICACIÓN
El valor de la LH se mide en último término
por su aportación en orden a la elevación espiritual de los hombres, es decir,
a su santificación. Pues bien, esta contribución es muy alta.
1. PRONUNCIAMIENTOS DEL MAGISTERIO
ECLESIÁSTICO
El Vaticano II afirma explícitamente que la
liturgia es la fuente primera e indispensable del espíritu cristiano, y que
posee la máxima eficacia para la santificación de los hombres y la
glorificación de Dios (SC 7; 10; 14). Expresiones semejantes se leen en los
documentos del más alto magisterio relativas a la LH: "La santificación
humana y el culto a Dios se dan en la liturgia de las Horas de forma tal que se
establece aquella especie de correspondencia o diálogo entre Dios y los
hombres, en que Dios habla a su pueblo... y el pueblo responde a Dios con el
canto y la oración. Los que participan en la liturgia de las Horas pueden
hallar una fuente abundantísima de santificación en la palabra de Dios, que
tiene aquí principal importancia" (OGLH 14).
2. ACTUACIÓN DEL PROTOTIPO DE SANTIDAD
Para el fiel, la realización perfecta del
ideal humano-divino tiene su concreción absoluta en Cristo. La santidad
cristiana consiste en conocerlo y en asimilarlo. También la LH, por su parte,
hace revivir ante los ojos de los orantes la figura de Cristo a través de las
páginas del NT, las otras lecturas y, aunque menos directamente, a través de
las páginas del AT, los salmos y todos los demás textos. Además, Cristo está
siempre presente en la LH (OGLH 13) para reproducirse a sí mismo con la acción
del Espíritu Santo en la persona de los orantes y en la iglesia, efectúa la obra
de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios (OGLH 13) y
confiere la abundancia de los bienes mesiánicos (OGLH 14).
3. PROLONGACIÓN SACRAMENTAL
La LH, por su característica horaria, prolonga
en el tiempo la potencialidad santificadora que desencadena su desarrollo en la
eucaristía y en las demás acciones sacramentales.
De la eucaristía, la LH extiende, aunque sea
de modo diverso, la presencia de Cristo, la creatividad del misterio pascual,
el compromiso de la alianza que el orante está invitado a renovar especialmente
en varios salmos, la actitud oblativa, el sacrificio de alabanza, la adoración,
la intercesión, etc. (cf PO 5; OGLH 12).
Del bautismo, que ha dado origen a la nueva
creatura, la LH prolonga el canto nuevo en la alabanza y el compromiso del
camino en novedad de vida, de los que los salmos y otros textos, leídos en
clave cristiana, son estupenda expresión y continuo estímulo.
De la confirmación, la LH prorroga la
experiencia del Espíritu Santo, que enseña a orar; más aún, él mismo sostiene
la debilidad y la incapacidad del orante, al que proporciona también los textos
inspirados de la oración, como pueden ser los salmos.
La LH se mantiene en el movimiento de
conversión de la penitencia sacramental, particularmente con los salmos de
humilde confesión, con el acto penitencial de completas y con muchísimos otros
textos en que el orante reconoce las propias culpas y pide humildemente perdón
a Dios por ellas.
La LH es ejercicio del sacerdocio recibido por
los fieles en el bautismo, y particularmente del de los presbíteros y diáconos
recibido en el sacramento del orden. La oración, como en Cristo, también en el
cristiano es acción sacerdotal (SC 7; OGLH 13; 15).
Los esposos viven en la LH, que es voz de la
esposa al Esposo Cristo, su matrimonio como signo sacramental del amor entre
Cristo y la iglesia. Como el amor entre Cristo y la iglesia se expresa también
en la oración que elevan juntamente al Padre celestial, así también el amor
mutuo de los esposos cristianos encuentra una fuerte manifestación, pero
también un potente estímulo, en la oración hecha en común. La LH les ayuda a
hacer cada vez más claro el signo sacramental entre Cristo y la iglesia con la
vida conyugal de perfecta entrega mutua y de fecundidad espiritual en los
hijos.
Los religiosos en la LH verifican un aspecto
fundamental de su consagración a Cristo; en efecto, la oración es comunión y
donación a Dios en Cristo. La consagración religiosa, además, es signo y
anticipación de los bienes eternos. Ahora la LH anticipa aquí, en la tierra, la
alabanza eterna, que es uno de los principales bienes de los elegidos. Las
religiosas, esposas de Cristo, personifican en la LH de modo especial a la
iglesia, esposa de Cristo que celebra al Esposo.
Así, toda la vida sacramental reverbera en el
oficio divino y empapa todas las horas a través de la alabanza y la
contemplación, y de esta manera santifica el tiempo precisamente porque
santifica a las personas, que son medida del tiempo y tiempo ellas mismas con
su perdurar en el ser. El que se hace dócil a la acción del Espíritu removiendo
animosamente todos los obstáculos y creando en sí las disposiciones idóneas,
recibe por medio de la LH una gran fuerza para poder escalar la santa montaña
de la perfección.
4. POTENCIACIÓN ASCÉTICO-MISTICA Y APOSTÓLICA
La LH alimenta el espíritu de piedad y la
oración personal (SC 90), la cual no es sólo oración individual extralitúrgica,
sino también ese espíritu de comunión con Dios en la alabanza, en la adoración
y en la súplica que debe animar en todo instante el corazón de quien celebra la
LH. Así pues, ésta no es sólo acción comunitaria, sino actividad de toda la
esfera interior de los individuos, estimulada por el encuentro con Dios y
penetrada de su Espíritu divino.
La LH, en cuanto oración, fortalece en todas
las luchas y dificultades que se encuentran en el áspero camino de la santidad.
Hace crecer las virtudes teologales (OGLH 12) con la palabra de Dios y con
todos los demás momentos de coloquio con él. Es oración, que purifica, ilumina,
enriquece con gracias (OGLH 14). La LH, entendida en su verdadero significado y
en su función genuina, tiene todas las capacidades de abrir a la vida
contemplativa y de hacer avanzar en ella (OGLH 28), como lo muestra el ejemplo
de grandes místicos y contemplativos.
En fin, no podemos olvidar, al concluir, la
aportación preciosa de la LH para el trabajo apostólico, especialmente hoy
cuando, dada la abundancia de la mies y el exiguo número de los obreros (Mt
9,37), sería de desear que el ministerio pastoral de esos pocos fuese de más
elevada eficacia. Ahora bien, para el verdadero éxito en este campo no son
determinantes tanto el dinamismo humano y las cualidades de las estructuras,
por útiles y quizá también en parte necesarias que sean, sino más bien la
intervención divina (Jn 15,5; 1 Cor 3,6-7; SC 86; OGLH 18). Y Dios quiere que
se le solicite también en este sector con la oración (Mt 7,710). Cristo animó
su ministerio mesiánico con la oración (OGLH 4), y los apóstoles siguieron el
ejemplo del Maestro (He 6,4). La iglesia lo sabe, y por eso no cesa de
recomendar la oración; pero hace una recomendación especial a propósito de la
LH (OGLH 18; cl` 17; 27; 28), y está persuadida de que puede ser de válida
ayuda también para el anuncio de la palabra (OGLH 55; 165).
Sería, pues, un error sentirse legitimados a
restringir el espacio y el empeño debidos a la LH, ignorando, al menos en la
práctica, la parte importante que le corresponde para el florecimiento y la
fructificación de la santidad en el campo de Dios.
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[1] En este trabajo emplearemos las siguientes
siglas:
OGLH = Ordenación general de la Liturgia de
las Horas, que figura al comienzo del vol. I del libro de la Liturgia de las
Horas (coeditores litúrgicos, Barcelona 1979) 27-104, y que es la instrucción
sobre el Oficio Divino reformado por mandato del concilio Vaticano II y
promulgado por su santidad el papa Pablo VI para el rito romano.
LH = Liturgia de las Horas.
El Officium divinum renovado fue promulgado
por Pablo VI con la constitución apostólica Laudis canticum, del 1 de noviembre
de 1970 (texto castellano, o.c., 15-25).